sábado, 20 de junio de 2009

El rey indiferente

Otorrinco era un príncipe que siempre sentía deseos de dormir y comer todo lo que cupiera en su gordota panza. Sus padres siempre le hablaban y aconsejaban sobre el reino, al que un día tendría que llegar y por lo tanto debía cuidar su figura y su aprendizaje. Para Otorrinco esas frases eran tediosas y reiterativas, nada hacía cambiar su conducta y tampoco le interesaba llegar a ser rey.Cuando su maestro se acercaba a impartirle las lecciones diarias, él lo destrataba y se reía del pobre maestro. - Por favor, su Señoría, el rey me matará si usted no aprende.- Deja que te mate y habrás muerto por una causa justa.- No diga eso, Señoría, debe aprender a cuidar de las riquezas del reino.- No me importa el reino, tampoco el pueblo y mucho menos tú, servil maestro.El maestro cerró los libros y algunas lágrimas cayeron de sus ojos. Otorrinco observó aquella escena y se acercó al maestro, lo tomó del brazo y lo sacudió diciéndole en tono cruel y burlón:- Cuando yo sea rey, si es que lo soy, tú serás despedido, insoportable maestro.El maestro bajó la cabeza, reverenció a su majestad y retiró sin decir palabra alguna. La reina Ana, su madre estaba muy preocupada por la conducta de Otorrinco, pero qué podía hacer. Ella nunca gozaba de tiempo necesario para atenderlo, siempre estaba ocupada con las tareas del palacio, papeleos, fundaciones, reuniones y todo lo concerniente a las relaciones públicas del reino. Su marido, el rey Osvaldo, sólo estaba dispuesto a salir de cacería, asistir y realizar suntuosas fiestas, con embajadores y diplomáticos, por lo tanto Otorrinco, siempre debía permanecer con sus empleados, el asistente principal, Ramonciño, el ama de llaves Alicia y todos los demás custodias y guardaespaldas del príncipe.¿ Cómo podía Otorrinco sentir amor por alguien? Eso era imposible, se había convertido en un ser apático y despiadado. Llegaba la primavera en el reino y sus padres habían organizado una fiesta especial con jóvenes de su edad, invitaron a todos los jovencitos que vivían cerca del palacio, había regalos, golosinas, exquisitos manjares y muchas otras cosas. Otorrinco se las ingenió para arruinar aquel bonito festival y desalojar a todos esos andrajosos y sucios niños de la calle, como él solía llamarlos, sólo había reparado en una chica de ojos azules y cabellos negros que lo observó con una sonrisa, pero de todos modos nada le importó, continuó con su plan y no tuvo piedad con nadie.- Esta fiesta acabó – dijo el padre y suspendió todo muy disgustado con su heredero. De inmediato lo llamó a su despacho y quiso hacerlo reflexionar sobre lo ocurrido.- ¿Qué pasa, padre, acaso hice algo malo?- Siempre lo haces Oto, siempre te perdono, pero esta vez serás castigado muy duramente, lo que has hecho es imperdonable.- Pero padre.- Sin peros, si sigues así, nunca serás rey.- ¿Acaso yo tengo la culpa de que los niños de la calle, estén sucios y harapientos? En todo caso tú debes ser el responsable de ellos.- ¡Cállate! ¡Vete a tu habitación y no salgas de allí por unos cuantos días!Otorrinco no sabía leer, ni escribir, todo era un juego, colmar sus deseos y buscar algún pasatiempo que consistiera en molestar a alguien. Ramonciño, debía encargarse de alimentar y cuidar del príncipe, mientras estuviera castigado. Golpeó la puerta y entró, al entrar, Otorrinco hincó una flecha en su pierna izquierda.
¡Vete de aquí, malvado! No quiero verte, no te necesito, te odio.Ramonciño corrió despavorido hacia los corredores del palacio dejando una huella de sangre por el camino, mientras lloraba y bendecía a su amado príncipe. El rey que pasaba por allí le preguntó:- ¿Qué te ocurre, muchacho?- Nada, Su Majestad, me caí y golpeé mi pierna contra el marco de la habitación.- Ve a que te curen y luego cuida de mi hijo, mi reina y yo saldremos un tiempo de viaje por otros reinos, tenemos negocios previstos y también encontrar alguna bella princesa para casar a nuestro terrible Otorrinco y consolidar y acrecentar el reino. Ah y no olvides, que mientras estemos de viaje, Su Majestad, el príncipe, cumplirá mis funciones, luego de cumplir su castigo, claro. - Sí Su Majestad, así lo haré, cuidaré de vuestro hijo y lo defenderé con mi propia vida si es necesario.- Perfecto, veo que has entendido.Otorrinco había escuchado detrás de la puerta y no salía de su asombro por la inesperada contestación de Ramonciño.- ¿Por qué habría hecho eso? ¿Por qué me defiende? Yo soy cruel y lo destrozaría en mil pedazos.Luego de su extraña experiencia con su criado, Otorrinco se tiró en la cama y se durmió placidamente. Ramonciño, después de curar su pierna, se dirigió a la habitación del príncipe y al ver que dormía, se retiró, no sin antes cubrir su cuerpo con las mantas de pieles y sedas. El criado que no había descansado durante todo el día, se dirigió a su habitación, allí su madre, una de las cocineras del palacio, lo abrazó y besó un montón de veces.- Hijo mío, cómo me gustaría que no trabajaras tanto.- Pero madre, yo no me quejo, tú sí que trabajas y trabajas y todavía te queda tiempo para mimarme un poco – dijo el muchacho – mientras abrazaba a su madre. – Te contaré algo. . . - ¡Cuenta, cuenta, mi amor!- ¿Sabes madre? El príncipe está muy solo y se ha vuelto malo y cruel, no quiere a nadie. - Mira Ramonciño, cuando no tienes amor aquí, mira – dijo la madre – mientras colocaba su mano derecha sobre el corazón del Ramonciño, la vida se vuelve cruel y dolorosa. Sus padres no lo atienden, el quiere muchas veces oír alguna palabra de cariño y sin embargo, sólo escucha reglas y disciplinas, así es un poco la educación de los futuros reyes. Pero ahora hijo, debes descansar, mañana será otro día de trabajo.Ramonciño, cerró los ojos y pensó:- ¡Qué duro es ser rey!, prefiero ser un criado y tener a mi madre muy cerca. Las horas fueron pasando y la mañana llegó vestida de primavera, los céspedes que rodeaban el palacio, estaban más verdes que nunca, pero el príncipe seguía en su cama dorada, su habitación estaba colmada de juegos, vestidos y trajes con galones dorados y muchos, muchos zapatos y botas.En las calles, los campesinos se fueron agolpando a las puertas del palacio, exigiendo alimento y abrigo para sus hijos. Al escuchar aquellos lamentos y gritos, el indiferente príncipe, se incorporó y miró por la ventana. . . Eran demasiado, el pueblo entero rodeaba el palacio, clamaban justicia, algunos traían palos y guadañas y esta vez querían que el rey los atendiera.Otorrinco, corrió despavorido, sentía miedo, jamás había visto algo así – nos matarán – pensó.Sus padres no estaban y por lo tanto, él debía encargarse de atenderlos. Uno de ellos traía un papel y pretendió entrar al palacio para pedirle al rey que lo firmara. Pero los guardias se opusieron. Otorrinco, avisó a sus criados que recibieran ese papel y se lo entregaran inmediatamente, pero cuando lo tuvo en sus manos, se desesperó, no sabía leer y esto era grave y urgente. Caminó y caminó por los corredores del palacio y decidió ir en busca de su espada, una espada que su abuelo, el rey Felipe, le había legado con el fin de usarla en alguna situación desesperada.- Con esta espada, nadie se atreverá a atacarme. Cortaré sus gargantas si es preciso – dijo mientras Ramonciño temblaba de miedo.- Mi Señor, baja tu espada, son sólo campesinos que necesitan tu ayuda, no pretenden matarte.- ¡Qué sabes tú, ignorante criado! En el papel dice que van a matarme, por lo tanto debo impedirlo.- Señor, el papel sólo tiene un pedido de ayuda, nada más.
- ¿Cómo lo sabes? Perdón, Su Señoría, acabo de leerlo.Otorrinco, moría de vergüenza por lo sucedido, pero aún así, armó a su ejército y con su espada brillante y gloriosa, ordenó que abrieran las puertas del palacio, disponiéndose a atacar a los pobres campesinos hambrientos.- Su Señoría lo matarán por eso, espere, yo les hablaré. ¡Cálmese!- Tengo un ejército entero, ¿acaso no ves que soy fuerte y mi espada atravesará el corazón de muchos?. – dijo Otorrinco – quien montó su bello caballo negro, elevó su espada al cielo, la besó y se detuvo frente a su pueblo.Los campesinos cayeron de rodillas ante él, gritando:- ¡Viva el rey! ¡Viva! ¡Larga vida al rey!Otorrinco no salía de su asombro – yo vine a luchar – dijo - y sólo encuentro sumisión, ¿qué pretenden de mí?Uno de ellos se acercó humildemente y le dijo:- Queremos ser escuchados y tú Majestad, nos has abierto las puertas, tú sí que quieres a tu pueblo y en ese caso, te defenderemos con nuestra vida si es necesario.- Pero yo. . . - Estamos seguros que tú sabrás dar trabajo digno a tus fieles, y serás el rey generoso que hemos esperado durante mucho tiempo.- Pero yo. . . Tú, Majestad, guarda en tu corazón el amor que sentimos por vuestra figura.- Pero yo. . . Los pueblerinos, alabaron al príncipe y le juraron su lealtad. Al ver semejante cosa, Otorrinco sintió en su pecho una fuerte caricia y levantando su espada, juró:- Os prometo, pueblo mío, que jamás permitiré que os esclavicen, ni tampoco os obliguen a caminar detrás del rey, desde hoy vosotros y yo seremos una sola nación. Defenderé con mi espada a todos y a cada uno de ustedes, mi pueblo.Los campesinos, vibraron de algarabía y levantaron sus palos y guadañas en vivas permanentes. Luego se retiraron a sus casas, satisfechos de aquel encuentro.Otorrinco, bajó de su caballo y algo cansado se retiró a sus aposentos. Se tiró en su cama de oro y observando el techo, pensó:- ¡Dios mío! ¿Cómo ha podido mi padre, tener tanto oro, mientras su pueblo moría de hambre? ¿Cómo pude no ver lo que sucedía?Ramonciño, golpeó tímidamente la habitación del indiferente príncipe, ahora convertido en rey, allí junto a la ventana, permanecía en silencio con el rostro preocupado y algo ansioso.- Ramonciño, entra, entra. Quiero que quites esta cama, no me la merezco.- Pero Su Señoría. . . - Sin peros, es una orden, también recoge mis juegos que son demasiados y repártelos a mi pueblo, derrite el oro de mi cama y todo lo que encuentres de este metal y abriga y alimenta a todos los campesinos.- Su Señoría, me parece muy bueno todo eso, ¿Pero y el rey qué dirá cuando lo sepa?- Ya nada importa, amigo mío, mi padres no calentaron mi corazón como mi pueblo lo hizo y ahora yo soy el rey. . .
La reina y el rey, volvieron al palacio con una hermosa princesa cubierta de oro y brillantes, vestida de sedas y terciopelos, de cabellos muy rubios y rizados, dignos de una verdadera princesa. Se hacía indispensable para el rey, casar a su indiferente hijo con una bella princesa y legarle el trono. Muy lejos estaba de conocer los cambios que se habían producido en el palacio. . . Ottorrinco había solicitado a Ramonciño que cambiara los muebles de su habitación y allí en lo más sencillo de su dormitorio, se asomó por la ventana y observó el camino a cuyos costados crecían flores de muchos colores, detuvo su mirada en ellos y recordó con cariño aquellos ojos azules y la tierna sonrisa de la joven que él mismo despiadadamente había arrojado junto con los demás. Algo sintió en su corazón y decidió buscarla.- Ramonciño, baja al pueblo y busca entre todas las jóvenes a una de cabellos rizados y negros, tiene ojos azules, cara de ángel y una sonrisa en sus labios.- Pero cómo encontrarla Su Majestad, hay muchas jóvenes en el pueblo.- Sólo búscala y no vuelvas hasta encontrarla.- Sí Su Majestad, haré todo lo que pueda.- Ramonciño, tomó su caballo y comenzó a recorrer los campos de los campesinos, mirando por todos los rincones para ver si podía encontrar a la joven. Anduvo día y noche por los alrededores del palacio y sus campos, nada consiguió, ya habían transcurrido tres días y la joven seguía sin aparecer.Una mañana, ya cansado de andar se tiró sobre el pasto y miró al cielo desconcertado, no podía volver sin ella, de pronto escuchó risas de jóvenes que jugaban en la verde pradera y se incorporó rápidamente. . - Puede ser alguna de ellas, debo llegar hasta allí – pensó.Al ver al joven con su recio caballo, dejaron el juego y lo observaron con miedo y asombro.- No os asustéis, vengo de parte del rey Ottorrinco, busco a una joven de cabellos rizados y negros, con ojos azules, mirada de ángel y una sonrisa en sus labios.- Es ella – dijeron todas al unísono, seguro que es ella y señalaron a una joven de espaldas que recogía flores en su delantal.- Tú, muchacha, mírame.La joven volteó el rostro y lo observó sonriente, Ramonciño comprendió que era la misma persona que debía encontrar, dio las gracias a las demás jóvenes y bajó de su caballo. Se arrodilló frente a ella y le besó la mano, mientras le solicitaba acompañarlo al palacio, pues el rey solicitaba su presencia inmediata.La joven se sintió algo incómoda por la noticia, pero si el rey mandaba debía obedecer. Enrolló en su delantal las flores recogidas y con ayuda de Ramonciño, partieron rumbo al palacio.Sin mediar palabra llegaron, Ramonciño descendió del caballo y luego ayudó a bajar a la jovencita, cuyas mejillas se sonrojaron de vergüenza. Caminaron ambos por los grandes pasillos del palacio hasta llegar a la presencia del rey.Al verla llegar, Ottorrinco se levantó de su silla real y fue hacia ella, la tomó de la mano y le dijo:- Tú hermoso rostro llegó a traspasar mi corazón y desearía que fueras mi esposa y reina de este palacio.- Pero Su Majestad, apenas soy una campesina, nuestras vidas son bastante diferentes, siempre pensé que los príncipes sólo se casaban con princesas bellas y ricas.- Tú eres bella y rica, basta mirar a tus ojos y saber que podrías, si es que tú lo deseas, ser por siempre mi reina.- Mis padres deben saberlo, nada puedo decidir yo misma, Su Majestad.- Si lo deseas, yo iré a pedir tu mano, hablaré con tus padres y vendrás a vivir al palacio hasta nuestra boda.
Los ojos de la joven se iluminaron y corrieron lágrimas por sus mejillas.- ¿Por qué lloras, acaso no te gustaría ser reina, mi señora?- Creo Su Majestad que es demasiado para una pobre campesina como yo.- Te dije que no eres pobre y basta ya de tantos titubeos, mañana temprano iré a visitar a tus padres y pediré tu mano, ahora Ramonciño, te llevará hasta tu casa.- Dejadme Señor obsequiarte estas flores frescas que recogí en el campo, es demasiado poco para Su Majestad, pero es todo lo que poseo.- ¿Sabes una cosa? Tus flores son magníficas, yo nunca tuve alguien que me obsequiara flores, gracias y perdonad señora, mi desprecio aquel día de fiesta.- Nada debo perdonar, Su majestad, vuestro corazón es grande y valiente.El rey besó su mano y la joven se marchó.La mañana se colmó de sol y alegría, mientras Ottorrinco montaba airoso su caballo y bajaba al pueblo a pedir la mano de la hermosa joven, sus padres iban llegando al palacio con la elegante y bella princesa que formaría parte del reino, lejos estaban de pensar lo que su hijo tramaba. Descendieron del hermoso carruaje tirado por seis caballos blancos y adornados con galones dorados. Nadie salió a recibir a los reyes, había un silencio profundo.El rey indignado golpeó con su bastón el piso y llamó a los criados.- ¿Acaso no veis que los reyes han llegado?- Es que el rey aún no llega, Su Majestad.- ¿Qué decís?- El rey Ottorrinco, Su majestad, ha ido a pedir la mano de la que será su esposa._ No puedo admitir semejante atropello. El rey único y poderoso soy yo, vosotros lo sabeis.- Cálmate querido – dijo la reina – debe ser una equivocación.Por el polvoriento camino el caballo de Ottorrinco cabalgaba con todas sus fuerzas hasta llegar a la humilde vivienda de los campesinos.Inés, la madre de la joven que horneaba pan, se asomó por la ventana ante el barullo de los campesinos y allí pudo distinguir al gallardo rey Ottorrinco descendiendo de su caballo y dirigirse hacia su puerta.Inés y Leoncio se sorprendieron por la presencia en su hunilde vivienda de aquel rey magnífico y grandioso ¿qué lo traería hacia aquí?Abrieron presurosos la puerta y temblando de miedo, cayeron de rodillas ante él.- Levantaros, por favor, he venido humildemente a solicitar la mano de vuestra hija, la joven de cabellos rizados y negros, ojos azules, mirada de ángel y una sonrisa en sus labios, cuyo nombre aún no conozco.- Su nombre es Candela, es la hija más buena y dedicada que padres puedan tener. Su majestad nos honra mucho con semejante pedido, pero nuestra hija no pertenece a la nobleza y quizá vuestra Majestad habéis equivocado el camino.- Callaos ya, es un mandato, vuestra hija será la reina de este pueblo y la más querida por todos, os lo prometo, también vosotros pasaréis a vivir en el palacio, puesto que seréis los padres de mi esposa y reina, ahora os lo suplico, dadme la oportunidad de hacer de vuestra hija la mujer más feliz del universo.- Pero Su Majestad. . . - Sin peros. . . ¿Aceptáis, verdad?- Si nuestra hija lo desea también, que así sea Su majestad.Ottorrinco se arrodilló a los pies de aquellos campesinos asombrados por el insólito pedido del rey, beso la mano de Inés y saludó con una reverencia a Leoncio y con cara de felicidad se retiró, montó su airoso caballo y corrió al palacio.Al llegar, los guardias lo esperaban ansiosos para comentarle la llegada del rey padre, la reina y la joven princesa bella, rubia y cargada de finas joyas. Ottorrinco corrió a su encuentro, se arrodilló ante ellos y exclamó:- ¡Por fin, padres míos, soy el rey más feliz del mundo!- ¿ Pero si aún no te he coronado?- Me coronó y ovacionó nuestro pueblo entero y eso es lo que vale. Padres míos, os adoro, pero ahora yo soy el rey y voy a casarme con la mujer más hermosa y tierna que existe en el mundo entero. En cuanto a la princesa que habéis traído - Ottorrinco hizo una formal reverencia a la bella joven - para casarme con ella, devolvedla a vuestros padres y decidles que Ottorrinco no desea princesas adornadas en oro, que admira solamente aquella mujer que sepa calentar su corazón, vista de oro su alma y que sea adorada y respetada por su pueblo por su grandiosa sencillez.Dichas estas palabras el Rey comprendió entonces que había cometido muchos errores con su hijo, creyó que era un muchacho insensible y arrogante, haragán, perezoso e indiferente, pero no era así, jamás le tendió su mano para llevarlo consigo a sus cacerías, tampoco encontró tiempo para jugar con él. Miró a su esposa que también mostraba un rostro preocupado, se colocó frente a su hijo y le dijo:- Hijo mío, mi rey ¿Acaso eres capaz de perdonarme?- Nada debo perdonar padre mío, también yo he sido culpable porno haber insistido para que me escucharas.- Ante tus palabras, me siento conmovido, orgulloso, regresaré al reino de Gioconda, la princesa que traía para ti y pediré las disculpas del caso ante sus padres. Con gesto arrogante e indiferente, la princesa bajó rápidamente las escalinatas del palacio y con la ayuda del cochero, esperó algo indignada, la vuelta a su palacio.- A mi regreso yo mismo colocaré tu corona y desde ya te declaro mi auténtico sucesor, el trono te pertenece y espero que todo el pueblo sepa perdonar mis graves errores.- Gracias padre, te prometo que haré de este pueblo el más próspero y feliz. Ottorrinco se arrodilló ante sus padres, levantó su espada en alto y juró fidelidad a sus padres, y a su pueblo, mientras miles de personas lo aclamaban enardecidos.Las campanas redoblaron y redoblaron anunciando al verdadero y joven rey.

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