martes, 7 de julio de 2009

El conejito ingenioso

Periquín tenía su linda casita junto al camino.
Periquín era un conejito de blanco peluche, a quien le gustaba salir a tomar el sol junto al pozo que había muy cerca de su casita. Solía sentarse sobre el brocal del pozo y allí estiraba las orejitas, lleno de satisfacción. ¡Qué bien se vivía en aquel rinconcito, donde nadie venía a perturbar la paz que disfrutaba Periquín!
Pero un día apareció el Lobo ladrón, que venía derecho al pozo.
Nuestro conejito se puso a temblar. Luego, se le ocurrió echar a correr y encerrarse en la casita antes de que llegara el enemigo: pero no tenía tiempo! Era necesario inventar algún ardid para engañar al ladrón, pues, de lo contrario, lo pasaría mal. Periquín sabía que el Lobo, si no encontraba dinero que quitar a sus víctimas, castigaba a éstas dándoles una gran paliza.
Ya para entonces llegaba a su lado el Lobo ladrón y le apuntaba con su espantable trabuco, ordenándole:
- Ponga las manos arriba señor conejo, y suelte ahora mismo la bolsa, si no quiere que le sople en las costillas con un bastón de nudos.
- Ay, qué disgusto tengo, querido Lobo! -se lamentó Periquín, haciendo como que no había oído las amenazas del ladrón- Ay, mi jarrón de plata...!
- ¿De plata...? ¿Qué dices? -inquirió el Lobo.
Sí amigo Lobo, de plata. Un jarrón de plata maciza, que lo menos que vale es un dineral. Me lo dejó en herencia mi abuela, y ya ves! Con mi jarrón era rico; pero ahora soy más pobre que las ratas. Se me ha caído al pozo y no puedo recuperarlo! Ay, infeliz de mí! -suspiraba el conejillo.
- Estás seguro de que es de plata? De plata maciza? -preguntó, lleno de codicia, el ladrón.
- Como que pesaba veinte kilos! afirmó Periquín-. Veinte kilos de plata que están en el fondo del pozo y del que ya no lo podré sacar.
- Pues mi querido amigo -exclamó alegremente el Lobo, que había tomado ya una decisión-, ese hermoso jarrón de plata va a ser para mí.
El Lobo, además de ser ladrón, era muy tonto y empezó a despojarse sus vestidos para estar más libre de movimientos. La ropa, los zapatos, el terrible trabuco, todo quedó depositado sobre el brocal del pozo.
- Voy a buscar el jarrón- le dijo al conejito.
Y metiéndose muy decidido en el cubo que, atado con una cuerda, servía para sacar agua del pozo, se dejó caer por el agujero.
Poco después llegaba hasta el agua, y una voz subió hasta Periquín:
- ¡Conejito, ya he llegado! Vamos a ver dónde está ese tesoro. Te acuerdas hacia qué lado se ha caído?
- Mira por la derecha -respondió Periquín, conteniendo la risa.
- Ya estoy mirando pero no veo nada por aquí ...
- Mira entonces por la izquierda -dijo el conejo, asomando por la boca del pozo y riendo a más y mejor.
- Miro y remiro, pero no le encuentro... ¿De que te ríes? -preguntó amoscado el Lobo
- Me río de ti, ladrón tonto, y de lo difícil que te va a ser salir de ahí. Éste será el castigo de tu codicia y maldad, ya que has de saber que no hay ningún jarrón de plata, ni siquiera de hojalata. Querías robarme; pero el robado vas a ser tú, porque me llevo tu ropa y el trabuco con el que atemorizabas a todos. Viniste por lana, pero has resultado trasquilado.
Y, de esta suerte, el conejito ingenioso dejó castigado al Lobo ladrón, por su codicia y maldad.

El ciervo engreído

Èrase una vez... un ciervo muy engreído. Cuando se detuvo para beber en un arroyuele, se contemplaba en el espejo de sus aguas. "¡Qué hermoso soy!", se decía, ¡No hay nadie en el bosque con unos cuernos tan bellos!" Como todos los ciervos, tenía las piernas largas y ligeras, pero él solía decir que preferiría romperse una pierna antes de privarse de un solo vástago de su magnífica cornamenta. ¡Pobre ciervo, cuán equivocado estaba! Un día, mientras pastaba tranquilamente unos brotes tiernos, escuchó un disparo en la lejanía y ladrídos de perros...! ¡Sus enemigos! Sintió temor al saber que los perros son enemigos acérrimos de los ciervos, y dificilmente podría escapar de su persecución si habían olfateado ya su olor. ¡Tenía que escapar de inmediato y aprisa! De repente, sus cuernos se engancharon en una de las ramas más bajas. Intentó soltarse sacudiendo la cabeza, pero sus cuernos fueron aprisionados firmemente en la rama. Los perros estaban ahora muy cerca. Antes de que llegara su fin, el ciervo aún tuvo tiempo de pensar: "¡Que error cometí al pensar que mis cuernos eran lo más hermoso de mi fisico, cuando en realidad lo más preciado era mis piernas que me hubiesen salvado, no mi cornamenta que me traicionó"

El burro descontento

Érase que se era un día de invierno muy crudo. En el campo nevaba copiosamente, y dentro de una casa de labor, en su establo, había un Burrito que miraba a través del cristal de la ventana. Junto a él tenía el pesebre cubierto de paja seca.
- ¡Paja seca! - se decía el Burrito, despreciándola-. ¡Vaya una cosa que me pone mi amo! ¡Ay, cuándo se acabará el invierno y llegará la primavera, para poder comer hierba fresca y jugosa de la que crece por todas partes, en prado y junto al camino!
Así suspirando el Burrito de nuestro cuento, fue llegando la primavera, y con la ansiada estación creció hermosa hierba verde en gran abundancia.
El Burrito se puso muy contento; pero, sin embargo, le duró muy poco tiempo esta alegría.
El campesino segó la hierba y luego la cargó a lomos del Burrito y la llevó a casa. Y luego volvió y la cargó nuevamente. Y otra vez. Y otra.
De manera que al Burrito ya no le agradaba la primavera, a pesar de lo alegre que era y de su hierva verde.
- Ay, cuándo llegará el verano, para no tener que cargar tanta hierba del prado!
Vino el verano; mas no por hacer mucho calor mejoró la suerte del animal. Porque su amo le sacaba al campo y le cargaba con mieses y con todos los productos cosechados en sus huertos.
El Burrito descontento sudaba la gota gorda, porque tenía que trabajar bajo los ardores del Sol.
- Ay, qué ganas tengo de que llegue el otoño! Así dejaré de cargar haces de paja, y tampoco tendré que llevar sacos de trigo al molino para que allí hagan harina.
Así se lamentaba el descontento, y ésta era la única esperanza que le quedaba, porque ni en primavera ni en verano habia mejorado su situación.
Pasó el tiempo... Llegó el otoño.
Pero, qué ocurrió?
El criado sacaba del establo al Burrito cada día y le ponía la albarda.
- Arre, arre! En la huerta nos están esperando muchos cestos de fruta para llevar a la bodega.
El Burrito iba y venía de casa a la huerta y de la huerta a la casa, y en tanto que caminaba en silencio, reflexionaba que no había mejorado su condición con el cambio de estaciones.
El Burrito se veía cargado con manzanas, con patatas, con mil suministros para la casa.
Aquella tarde le habían cargado con un gran acopio de leña, y el animal, caminando hacia la casa, iba razonando a su manera:
- Si nada me gustó la primavera, menos aún me agrado el verano, y el otoño tampoco me parece cosa buena, Oh, que ganas tengo de que llegue el invierno! Ya sé que entonces no tendré la jugosa hierba que con tanto afán deseaba. Pero, al menos, podré descasar cuanto me apetezca. Bienvenido sea el invierno! Tendré en el pesebre solamente paja seca, pero la comeré con el mayor contento. Y cuando por fin, llegó el invierno, el Burrito fue muy feliz.
Vivía descansado en su cómodo establo, y, acordándose de las anteriores penalidades, comía con buena gana la paja que le ponían en el pesebre.
Ya no tenía las ambiciones que entristecieron su vida anterior. Ahora contemplaba desde su caliente establo el caer de los copos de nieve, y al Burrito descontento (que ya no lo era) se le ocurrió este pensamiento, que todos nosotros debemos recordar siempre, y así iremos caminando satisfechos por los senderos de la vida:
Contentarnos con nuestra suerte es el secreto de la felicidad.

lunes, 6 de julio de 2009

Amigos estelares

Me contaron, que había una vez una estrella donde vivían seres gordos y simpáticos. Eran buenos y soñaban conocer otros amigos para poderlos visitar.
Así fue que construyeron un aparato muy grande que se parecía bastante a un telescopio súper potente. Pero era mucho más que eso, porque además de ver de lejos, muy lejos, con él podían oír y descifrar los idiomas del universo.
Ellos descubrieron estrellas, planetas. Agujeros negros y cometas…pero en ninguno encontraban habitantes amigables, todos les temían o los rechazaban.
Cierto día uno de ellos, ya desilusionado por no poder encontrar nuevos amigos, comenzó a jugar con el aparato para investigar el espacio.Lo giraba a la derecha, después a la izquierda, lo subía, lo bajaba, tocaba todos los botones pero, no encontraba nada interesante hasta que : “¡ Uyyyyy! ¿Qué es eso?
El pequeñito se sorprendió al ver con sus ojazos luminosos, un planeta con hermosos tonos de colores verdes, marrones y azules, era grandísimo y redondo…Suavemente giraba rodeado de una pequeña esferita blanca, luminosa que la acompañaba.
Todos decidieron probar suerte en ese lugar desconocido; y extendieron lentamente el arco iris de siete colores radiantes y esponjosos, que utilizaban de transporte espacial. “La Tierra”, era el nombre de ese nuevo lugar donde los niños no se imaginaban lo que sucedería ese día tan particular.
¡Qué divertido fue ese esperado viaje en arco iris! Todos iluminaban el cielo con sus miradas tornasoladas, mientras se deslizaban por el mágico tobogán de colores.
Fueron a distintos lugares de esa gran Tierra, algunos al norte, otros al sur, a bosques, a ciudades, a islas y montañas, también fueron a lugares muy fríos y sitios casi tan cálidos como su estrella.
Era tan hermoso este planeta que podían elegir miles de climas y de amigos, tantos como siempre habían soñado.
Los niños del mundo los recibieron contentos y aceptaron cada uno de sus regalos con risas y abrazos, pero ellos también les obsequiaron dibujos, poemas, juegos y canciones.
Cada encuentro era una fiesta y de vez en cuando se aparecían en los sueños de los niños para llevarlos a conocer su estrella tan amada. Les enseñaban a conducir Cometas a llama, dejando estelas de luz en el cielo, con los que pintaban coloridos dibujos en la pizarra mas grande del universo.
También se sorprendieron entre los agujeros negros y la basura espacial, donde pudieron jugar a las escondidas mas divertidas.
Así dicen que pasaron momentos especiales de planeta en planeta, de estrella en estrella y que cada paseo era un sueño que tu puedes soñar.

El misterio del cascabel



La mamá de Lucrecia estaba muy preocupada porque Piluso en una de sus aventuras había perdido el cascabel que llevaba en su collar. Lucrecia intentaba seguir a su gato Piluso para ver adónde había estado pero él se escapaba y no lo podía encontrar.
Entonces se metió en la casita de las muñecas y les preguntó a sus juguetes si alguno tenía una idea para descubrir a Piluso, las muñecas, los ositos y los otros chiches quisieron colaborar pero solo el viejo gato de peluche amarillo le dijo lo que podía haber pasado.
- Lucrecia, yo vi llegar a Piluso muy agitado y golpeado estos días y creo que sé porque.
-¿Porqué? - preguntó la nena.
-Los gatos somos muy paseanderos, nos gusta visitar los techos de las casas del barrio, los jardines y maullar de noche para cortejar a las gatitas bonitas. Pero a veces nos metemos en líos.
Lucrecia al oír atentamente lo que dijo su peluche, se decidió a investigar en que andaba Pilusito. Fue a la pieza de su mamá y sacó un cofre lleno de cosas útiles que guardaba para momentos especiales. Como encontrar el cascabel era algo muy especial comenzó a sacar del cofre : soguitas, tizas, guantes, pegamento, clavos y también llaves, velas, un reloj y una calculadora. Hasta que al fin encontró algo interesante; la crema invisibilizadora que le dieron en la juguetería del barrio. Nunca la había usado pero este era el momento para hacerlo. En un minuto Lucrecia se había pasado la crema desde el pelo hasta la punta de sus zapatillas rojas.
Muy segura se escondió y esperó que su gato saliera a dar una vuelta como todas las tardes y lo siguió.
Piluso siempre corría y se escapaba cuando la veía fuera de la casa pero esta vez parecía no verla ni oírla. Iba apurado por la vereda y no parecía ni acordarse del cascabel que mamá le había puesto en el collar. De repente ¡Pruch! El gato dio un salto y cayó parado sobre el muro de una pequeña casita llena de flores y enredaderas. Lucrecia estaba muy cerca pero tal vez gracias a la crema invisibilizadora él no la veía y caminaba sobre el muro contorneando su cuerpito de acá para allá con mucha elegancia dando de vez en cuando unos largos maullidos estirando su cuello.
Todo parecía mas o menos normal hasta que no sé de dónde aparecieron junto a el gatito muchos otros gatos, mas grandes y sucios que Piluso. Fue horrible; ellos le daban manotazos con sus uñas afiladas y lo querían tirar del muro, Lucrecia ya no podía aguantar mas, cerró los ojitos y deseó con muchas ganas que los gatos callejeros no dañaran a su Pilusito y como por arte de magia ¡Plufff! Todos huyeron rápidamente.
Menos Piluso que seguía allí cansado pero firme como un príncipe, entonces la nena se acercó más y pudo ver que de la casa salía una abuelita con una mantilla rosa que le cubría la espalda y entre sus brazos traía una hermosa gata siamesa, blanca y coqueta. Lucrecia quedó maravillada y mas todavía cuando vio que la gata tenía colgado de su collar el cascabel de Piluso.
En ese instante Lucrecia había descubierto el misterio, lo que pasaba era que su gato se había enamorado y como buen enamorado tenía que regalarle algo a su novia y él le regaló lo mejor que tenía su cascabel y su amor.
Lucrecia volvió a su casa muy contenta y se dio un buen baño porque tenía miedo de que después de tanta aventura su mamá no la viera y no le sirviera la cena.

Fresilinda y el jardín mágico

Había una vez, un hermoso jardín de flores de brillantes colores y plantas de hojas muy raras, todas parecían pintadas.
Pero en el fondo allá muy lejos dónde nadie jamás llegaba, se encontraban las plantas de frutillas todas desparramadas por el suelo y por el aire su dulce aroma.
Este no era un simple matorral de frutas silvestres, era el último refugio de frutillas especiales. Sí, muy especiales y una de ellas más que todas. Se llamaba Fresilinda y era la más traviesa, siempre estaba buscando nuevas aventuras y se metía de lío en lío.
Estas eran las únicas frutas que podían hablar, pensar y hasta salirse de sus plantitas y volver para dormir.
Habían logrado estas virtudes hace muchos años cuando una bella hada perdida de algún cuento se emocionó al ver esas hermosas plantas tan verdes y con sus frutillitas tan rojas y se le ocurrió cambiarles la vida. Así dijo sus palabras mágicas: ¡Peras, uvas y manzanas serán las frutillas las encantadas! ¡Que ningún hombre descubra su reino y seguirán por siempre libres viviendo!, y desapareció entre las nubes.
Desde entonces han vivido como lo hacen las personas, unas trabajan, otras cuidan a las más pequeñas, otras vigilan que todo marche bien y las más chiquitas hacen travesuras como todos los chicos.
Pero hoy te voy a contar lo que le ocurrió a Fresilinda por ser muy distraída. Una mañana de primavera el sol sonreía como siempre y saludaba con sus rayos a todos las plantas que habitaban el Jardín Mágico, así se llamaba este lugar desde la visita de el hada misteriosa.
La graciosa frutilla jugaba con sus amigas debajo de una gran hoja cuando vio pasar una mariposa que volaba orgullosa de aquí para allá, tan linda era que Fresilinda no podía dejar de seguirla y así lo hizo por largo rato solo mirando las alas multicolores de la mariposa.
De repente no la vio mas, se había escabullido entre las margaritas que estaban todas florecidas y muy grandes.
En ese momento la frutillita se dio cuenta que no conocía ese lugar pues tenía prohibido alejarse del Jardín Mágico y sin darse cuenta había caminado por largo rato. Ella lloró un ratito y trató de encontrar el camino de regreso pero todo fue inútil, sola no podría regresar.
-¡Buenas tardes señorita!- le dijo un elegante gusano que vestía corbata, sombrero y guantes mientras la estaba observando-
-Hola- contestó triste la pequeña.
-Yo soy Don Gusano y conozco muy bien este territorio así que si quieres te puedo ayudar a encontrar tu casita.


Fresilinda estaba muy apurada por ir con su mamá así que confió en el apuesto gusano. Comenzaron a caminar, trotar y correr entre los pastos hasta que ¡Pruum, Pruum! chocaron con una enorme montaña de tierra.
-¡No, no es posible! Este es el hormiguero de Hormiganegra la más malhumorada de los alrededores-, dijo Dongusano muy asustado.
De un salto salió del hormiguero una fea hormigota con largas antenas y cara de enojada -¡Quién se atreve a molestar en horario de trabajo! ¿Creen que tengo tiempo para perder? ¡Fuera!
Y sin pensarlo corrieron escapando hasta que esta ves tropezaron con algo muy duro y cayeron sentados.
Fresilinda ya cansada de tanto susto no podía creer lo que veía era un enorme caracol, todo adornado como una casita con una pequeña ventana, flores y chimenea.
-Debe estar abandonado- pensó; pero lentamente salieron de la casita unas antenitas, y después la cabeza de un viejo caracol que amablemente los saludó:
-Buenos días amigos, ¿qué están buscando? Yo soy Gran Caracol-.
Dongusano le contó todo lo sucedido y Grancaracol lo oía con cara de aburrido pero estaba muy atento.
-Bueno, bueno y tú preciosa ¿extrañas a tu familia?- preguntó y Fresilinda con sus ojitos nublados por las lágrimas le dijo que extrañaba mucho a su mamá. No perdamos tiempo y súbete, queda mucho por andar hasta llegar al Jardín Mágico.
Dongusano la ayudó a subirse al techo del caracol y le deseo suerte -¡Hasta pronto y ten cuidado Fresilinda!

Después de un rato de andar Fresilinda le preguntó a Grancaracol: -¿Cómo sabes que vivo en el Jardín Mágico? ¿Acaso lo conoces? -"Por supuesto", dijo sonriente el viejo caracol, hace mucho tiempo cuando yo era un joven caracolito se me ocurrió comer algo nuevo y seguí un aroma dulce que me llevó hasta un hermoso jardín que parecía pintado con miles de rojos adornitos, eran frutillas y no pude resistir las ganas de morder una y ...- ¿Te comiste una frutilla especial?, preguntó Fresilinda muerta de miedo.
-¡No! Al morderla la frutilla gritó como loca y todas las que estaban durmiendo en sus plantitas se abalanzaron sobre mi y me dieron patadas y golpes defendiendo a su amiga y fue tal mi susto que no se como me deslicé tan rápido que parecía un pez en el agua y jamás volví a probar una fruta. Tranquilízate solo quiero ayudarte, nunca pude olvidar el camino a ese dulce jardín. Sin darse cuenta ya habían llegado y su mamá la estaba esperando muy triste, y al verla Fresilinda brincó sobre su madre y le prometió que no volvería a alejarse sola. Mamá frutilla la abrazó muy fuerte y la llenó de besos y besitos y agradeció a Gran Caracol su buen gesto y lo invito a regresar las veces que quisiera al Jardín Mágico y olvidar viejos enojos tomado un té de flores de manzanilla. Y colorín colorado este rico cuento se ha terminado.

Púas el erizo


Púas era un erizo pequeñito, de color marrón, un poco torpe y patosito.

Tenía un hocico negro y unas patitas gordas.

Siempre se metía en líos, por culpa de sus púas pinchosas.

Un día, estaba tejiendo Doña Gatita un jersey muy lindo para su bebé gatito y Púas se acercó a curiosear.

La gata, había comprado en la tienda del pueblo, una gran canasta de madejas de colores y quería hacerle el jersey cuanto antes, para que no pasara frío.

Doña Gatita, le decía a su pequeñín: ¡Que guapo vas a estar!, ¡Eres el gatito más lindo de toda la vecindad!.

Púas, se había escondido detrás del sillón.

Los colores de las madejas, llamaron su atención y al inclinar la cabecita para verlas mejor, se cayó dentro de la canasta.

El erizo, se metió, entre las madejas y no podía salir.

El hilo se había enganchado en sus púas y lo había enredado todo.

¡Ay, Ay, mira lo que has hecho!, dijo la gatita. ¡Ahora que voy a hacer!.

Púas, se sintió muy avergonzado y pidió perdón a la gatita, pero el hilo estaba destrozado y ya no servía para hacer el jersey.

Al llegar a su casa, Púas le contó a su mamá lo que había ocurrido.

Le pidió que ella, hiciera un jersey para gatito.

Su mamá le dijo: ¡No te preocupes Púas, yo lo haré! Pero no tienes que ser tan travieso. ¡Has de tener más cuidado!.

Púas no sabía remediarlo, era tan inquieto, que volvió a meter la pata, bueno mejor dicho las púas.

Vió la madriguera de un conejo y quiso entrar en ella para curiosear.

La Señora Coneja, acababa de tener crías. Estaban todas allí, muy juntitas. Todavía eran demasiado pequeñas para salir.

Púas, consiguió meterse en la madriguera y llegar hasta las crías.

Todo estaba muy oscuro y no podía ver nada.

El erizo iba de un lado para otro, sin darse cuenta que según se movía iba pinchando a las crías.

¡Fuera de aquí!, le dijo Doña Coneja, muy enfadada.

Púas, estaba, triste, el no quería hacer daño, pero siempre le salía todo al revés.

Pensando y pensando, encontró la forma de hacer algo bueno y práctico con sus púas.

¡Ya sé! ¡Limpiaré las alfombrillas de las casitas de los animales!, dijo Púas convencido de que había encontrado la solución, ¡Esta vez, tengo que hacerlo bien y estar preparado para trabajar!. ¡No volveré a equivocarme!.

Comenzó a trabajar, como un verdadero experto.

Se ponía su mascarilla para el polvo, y limpiaba y limpiaba.

Los animales, estaban muy contentos de que por fin, hiciera algo que le gustara y no molestara a los demás.

Se convirtió en un gran limpiador de alfombras y todos estaban muy orgullosos de él.

Púas, había encontrado una razón para ser feliz.

La vaca Nicolasa


Nicolasa es una vaca alegre. No le gusta la lluvia, porque el día que llueve su amo no le deja salir del establo a jugar en el prado.

Su amigo el cerdo Casimiro le hace compañía en sus juegos.

Nicolasa es muy coqueta, y nada mas despertar se peina el rabo y se limpia las patitas y la cara con agua y jabón.

Ha salido el sol, Nicolasa mueve el rabo muy contenta y sale disparada hacia el prado para oler la hierba fresca y tumbarse en ella.

Es una vaca inquieta, no puede estar parada. Hasta cuando la ordeñan está moviéndose.

¡Nicolasita, preciosa no te muevas que vas a derramar la leche! dice su amo.

Se pasea por la granja, moviéndose como si fuera una modelo.

¡Es tan presumida!.

Se baña en la charquita del río y después se mira en sus aguas, para ver lo guapa que está.

Pero la pobre Nicolasa ha dado un tropezón y se ha caído de cabeza en el pequeño río.

No puede salir y empieza a pedir ayuda a sus amigos.

¡Casimiro, Casimiro, ven por favor, que me ahogo!

Casimiro muy preocupado, llamó al caballo Bruno, que se había quedado en el establo.

¡Ven pronto, ven pronto, Bruno, que la vaquita Nicolasa se está ahogando!.

Bruno, corrió con sus ágiles patas, hasta llegar al río.

Con la ayuda de los dos amigos, Nicolasa pudo salir de allí.

¡Me he dado un buen susto, la próxima vez tendré mas cuidado!. decía Nicolasa.

De vuelta en la granja, su amo la vió mojada y dijo:

¡Nicolasa, otra vez has tenido una aventura, mañana seguro que estarás resfriada!.

Al día siguiente, la vaquita estaba resfriada, pero con el cariño y el cuidado de todos sus amigos se curó rápidamente.

sábado, 4 de julio de 2009

La libélula y la hoja de otoño


Era Otoño, lucía el sol con la serenidad que sólo el otoño puede otorgar.

El viento plácidamente empujo fuera de la rama a una hojita de color miel; ella como dejándose llevar cerró los ojos y se fundió con el espacio infinito entre el cielo y la eternidad.

Vencida por la quietud, se adormeció en sus pensamientos cuando de repente, un insecto, invadió su pequeño cuerpo en el aire, se cruzó tímidamente en su camino.

Era una libélula que al ver el estado de felicidad de la hoja, envidiosa quiso compartirlo.

Pero la hoja sin inmutarse le cedió un pequeño rincón para que pudiera acurrucarse.

Fueron instantes de plenitud y sabiduría observando todo aquello que les rodeaba y tenían la suerte de poder disfrutar.

¡Vive el momento le repetía la hoja a la libélula. ¡Siente la paz!

Posaron sus cuerpos sobre un tronco del río y éste les arrastró corriente abajo.

Rugía con fuerza el agua, cada vez, iban más rápido, la hoja comenzó a asustarse y la felicidad se torno en miedo, miedo a los desconocido.

¡No dejes que el miedo te atemorice, pues te anularás y no podrás luchar!, le decía la hoja.

¡Qué sabia eres hoja!.

No, no soy sabía , lo aprendí de la vida. ¡Tú también puedes aprenderlo!.

De pronto un bandazo, una pequeña ola, iban de una orilla a otra, de un salto en otro, todo era confuso. Las dos se abrazaron y confiaron en su buena fortuna. Saldremos de esta, se decían mutuamente.

Cuando una decaía la otra le daba ánimos.

Llegaron a una ladera, con un remanso, el tronco se quedo como anclado en una orilla.

La libélula tomó en sus alas a la hoja y la posó en la pradera.

Se quedó allí con ella todo el otoño, hasta que un buen día al despertar la libélula, no encontró a la hoja.

¡Qué tristeza, le invadió!.

Pero luego recordó lo que ella siempre le decía: Aprovecha el momento, vívelo intensamente y seguro que tu alma alcanzará la paz, si no es en esta vida en algún otro lugar. ¡No tengas miedo, seguro que volveremos a encontrarnos.!.

lunes, 22 de junio de 2009

La balanza de plata


Hace muchos años, mi madre me contó una historia que más parece una fantasía.

Esa historia comienza así:

En la esquina de mi calle hay una tienda de telas, que está cerrada desde hace tiempo.

Un día , un grupo de niños, entraron en la tienda y encontraron una balanza de plata, escondida tras un mostrador.

La balanza tenía un gran adorno en el centro, que era algo misterioso.

Pronto descubrieron que no era una balanza normal.

No pesaba manzanas, tomates, carne o pescado. Lo realmente asombroso era que podía pesar las buenas o malas obras que las personas hacían.

Los niños se dieron cuenta de esto, cuando uno de ellos, decidió tocar el centro de ella. De repente la balanza se iluminó.

El niño se mareó y cayó al suelo.

Uno de los lados de la balanza se inclinó y comenzaron a salir de él, estrellas, muchas estrellas. Aparecieron ante ellos todas las buenas obras realizadas por el niño. Había sido bondadoso y comprensivo con los demás.

Al rato, el niño se levantó y comenzó a recuperarse.

Otro niño, quiso intentarlo también. Puso su mano sobre el centro de la balanza de nuevo y ésta volvió a iluminarse.

Esta vez, no salieron estrellas, sino espadas. Este niño no había sido tan generoso como el otro, era un niño egoísta aunque, como era un niño, todavía podía aprender a compartir.

La balanza, les enseñaba lo bueno o malo que tenían en sus vidas y que podrían mejorar.

Así pasaron los años. Los niños seguían consultando a la balanza siempre que tenían dudas sobre cómo debían actuar o pensar.

Pero un día, la balanza dejó de iluminarse y los niños se hallaban un poco desorientados y tristes.

¿Quién les guiaría a partir de ahora?.

¿Por qué les había abandonado?.

La balanza se iluminó por última vez, y les explicó por qué ya no podía ayudarles más.

¡Ahora, debéis pensar por vosotros mismos!.

¡Ya sois grandes y lo suficientemente inteligentes para hacerlo!.

¡Os deseo mucha suerte!. Al decir esto la balanza se apagó.

Al principio, los niños estaban muy apenados, pero con el paso del tiempo se dieron cuenta que era lo mejor para ellos.

Aprendieron a ser responsables por si mismos, pero nunca olvidaron los buenos consejos de la sabia balanza.

Por todo ello, siempre la recordaron como la balanza de la sabiduría.

La viejecita y la araña


En una casita, en lo alto de una montaña, vivía hace tiempo una viejecita muy buena y cariñosa.
Tenía el pelo blanco y la piel de su cara era tan clara como los rayos del sol. Estaba muy sola y un poco triste, porque nadie iba a visitarla.

Lo único que poseía era un viejo baúl y la compañía de una arañita muy trabajadora, que siempre le acompañaba cuando tejía y hacía labores.

La pequeña araña, conocía muy bien cuando la viejecita era feliz y cuando no. Desde muy pequeña la observaba y había aprendido tanto de ella que pensó que sería buena idea intentar que bajara al pueblo para hablar con los demás. Así aprenderían todo lo que ella podía enseñarles.

Ella les enseñaría a ser valientes cuando estén solos, a ser fuertes para vencer los problemas de cada día y algo muy, muy importante a crear ilusiones, sueños, fantasías.

Las horas pasaban junto a la chimenea y las dos se entretenían bordando y haciendo punto. La viejecita, apenas podías sostener las madejas y los hilos en sus brazos.

¡Qué cansada me siento!, ¡Me pesan mucho estas agujas!, decía la ancianita.

La arañita, la mimaba y la sonreía.

Un día, la araña, pensó que ya había llegado el momento de poner en práctica su idea. ¿Sabes, lo que haremos?. ¡Iremos al mercado a vender nuestras labores! ¡Así, ganaremos dinero y podremos ver a otras personas y hablar con ellas!.

La anciana no estaba muy convencida. ¡Hace mucho tiempo que no hablo con nadie!, dijo la anciana.

¿Crees que puede importarle a alguien lo que yo le diga?.

¡Claro que sí! ¡Verás como nos divertimos!, dijo la arañita.

Se pusieron en marcha, bajaron despacito, como el que no quiere perder ni un minuto de la vida. Iban admirando el paisaje, los árboles, las flores y los pequeños animalitos que veían por el camino.

Llegaron al mercado y extendieron sus bordados sobre una gran mesa.Todo el mundo se paraba a mirarlos. ¡Eran tan bonitos!.

La gente les compró todo lo que llevaban. ¡Además hicieron buenos amigos!. Enseguida, los demás, se dieron cuenta de la gran persona que era la viejecita y le pedían consejo sobre sus problemillas.

Al principio, le daba un poco de vergüenza que todo el mundo, la preguntara cosas. Pero poco a poco descubrió el gran valor que tienen las palabras y cómo muchas veces una palabra ayuda a superar las tristezas.Palabras llenas de cariño como:¡Animo, adelante, puedes conseguirlo!. ¡Confía en ti, cree en ti!.

Ella también aprendió ese día, que las cosas que sentimos en el corazón, debemos sacarlas fuera, quizá los otros puedan aprovecharlas para su vida.

La arañita le decía a la anciana: ¡Deja volar tus sentimientos, se alegre, espontánea, ofrece siempre lo mejor de ti!.

La viejecita y la araña partieron hacia su casita de la montaña.

Siguieron haciendo bordados y bordados.

Trabajaban mucho y cuando llegaba la noche la araña se iba a su rinconcito a dormir. La anciana se despedía de ella y le decía: ¡Gracias por ser mi amiga! ¡Un amigo, es más valioso que joyas y riquezas, llora y ríe contigo y también sueña!.

Mientras sentía estos pensamientos, la viejecita se iba quedando dormida, sus ojos cansados se cerraron y la paz brilló en su cara. La luna les acompañaba e iluminaba la pequeña casita y nunca, nunca estaban solas. Más allá, muy lejos, sus seres queridos velaban sus sueños.

domingo, 21 de junio de 2009

El globo dormilón


En una tarde de otoño, el viento soplaba suavemente y arrastraba las hojas que caían de los árboles, los niños corrían y jugaban en el parque de los castaños.

Era un parque adorable, un pequeño estanque de patitos y una gran fuente lo adornaban.

Dentro de él, las horas no existían, todo era como si el tiempo se parase a descansar y de un bolsillo de mago salieran las mejores fantasías de nuestros cuentos preferidos.

Allí iban los ancianos a pasear, a recordar las historias de su vida y a aprender a soñar de nuevo.

Un payaso vendía sus globos de colores. Siempre estaba rodeado de pequeños que le veían inflar sus globos e imaginaban como estos partían hacia el cielo formando figuras.

¡Mirad, el globo rojo se ha escapado!, gritaba un niño.

¡Seguro que ha subido a las estrellas!, gritó otro.

Me ha dicho mi mamá, que los globos son como nuestros sueños que a veces se escapan y dejamos de creer en ellos, pero luego viene otro sueño y volvemos a estar contentos. Lo mismo ocurre cuando un globo se nos escapa, cogemos otro y volvemos a divertirnos.

El payasete del parque siempre estaba rodeado de sus globos.

Un niño rubio, de ojos oscuros, le preguntó:

¿Por qué los globos se hinchan cuando los pones en tu bombona?.

Los globos, respondió el payaso, tienen dentro un gas, que es algo que flota en el aire, y ese gas, se llama Helio.

Cuando pasan las horas el gas se va terminando y el globito se deshincha.

¡Puedes hincharlo otra vez, sólo necesitas soplar muy fuerte y el globo volverá a esta gordo!.

Los niños al ver al payaso, corrían a comprarle globos.

El globo de nuestra historia nació así.

Globi, era fuerte, pues lo habían llenado mucho de helio y tenía un maravilloso color azul.

Abrió su boquita para despertar de su sueño. El globo, se vió rodeado de pequeñuelos y de un payaso.

Tanto quiso curiosear, que cuando el payaso fue a vendérselo a un niño el globo salió volando hacia el cielo.

El payaso no pudo hacer nada por evitarlo. Y el globo marchó libre en busca de aventuras.

Globi, comenzó a dar vueltas, hasta que su hilo quedó atrapado en el alero de un tejado. Intentó salir de allí, pero no pudo.

Cerca del alero, había una gran ventana, llegó hasta ella, inclinándose un poquito.

A través de ella, observó como unos niños jugaban. Estuvo horas y horas viéndoles jugar, hasta que se quedó dormido.

Todos los días se repetía lo mismo, él, los veía jugar y se sentía feliz, pero le daba un poco de envidia no poder jugar con ellos.

Se movía de un lado para otro para llamar su atención, pero no conseguía que los niños le vieran.

Dormía y dormía, quería tener fuerzas para moverse más y más.

Por eso, siempre estaba dormido, se cansaba tanto, que cuando descansaba seguía soñando despierto pensando que tal vez un día, los niños le verían.

Un día, hizo tanto esfuerzo porque le vieran que se pinchó en un clavito que había en la ventana.

Al pincharse, el globo salió despedido, el hilo se soltó con fuerza, y se elevó muy deprisa, muy deprisa, hacia arriba.

Él, sabía que le quedaba muy poquito para quedarse sin aire, entonces se elevó más y más como queriendo tocar las nubes.

Se elevó por encima de las casas y de la torre de la iglesia.

Se iba perdiendo en la lejanía y al cabo de un rato ya no volvió a vérsele.

Se perdió para siempre en el atardecer, allí dónde el sol, ya se oculta.

Seguro que está junto a las estrellas, haciendo mimitos a la luna.

El gato, el hurón y el caracol


Eran tres amigos estupendos, que vivían en una pequeña granja en la montaña.

Cada día al amanecer salían corriendo a jugar, se revolvían entre las jaras y los matorrales. Se escondían entre las zarzas y los pinos y se deslizaban entre los jabugos hasta chocar de frente contra cualquier cosa.

El gato era muy listo y siempre protegía a sus amigos de todos los peligros.

Pero un día no pudo hacerlo, su amigo Hurón se alejó demasiado de la granja, sin darse cuenta.

Ellos, fueron a buscarle, pero no lo encontraron.

Pasó un día muy largo, que se hizo eterno.

Al día siguiente los dueños de la granja venían muy disgustados, las autoridades, habían encontrado el cuerpo de un pequeño hurón abatido por unos cazadores.

El gato se temió lo peor, se dio cuenta que era su amigo. No supo disimular su pérdida.

Cogió las cosas que tenía y partió sin rumbo fijo hacia no se sabe dónde.

El caracol trató de convencerle para que no se fuera, pero no lo consiguió.

Pasaron los meses y los días y el caracol moría de pena, de repente, había perdido a sus dos amigos y no podía seguir así.

Decidió ir en busca del gato para convencerle de que volviera.

Deambulo por campos y caminos, hasta que llegó a la ciudad. Para él era un mundo muy distinto y mágico al mismo tiempo que peligroso. Tenía miedo, pero no quería admitirlo porque para él era el más importante encontrar a el gato.

Recorrió calles estrechas y anchas, grandes avenidas, cubos de basura, preguntó a todos las personas que pasaban por allí, pero nadie le daba noticias.

Transcurrieron días y semanas, y cuando ya estaba rendido de agotamiento y se iba a dar por vencido se acurrucó en un rincón de un viejo callejón y se quedó profundamente dormido.

Pasaron un grupo de gatos por allí y comenzaron a burlarse del caracol, que se despertó sobresaltado.

De repente estaba allí, su amigo, le reconoció al instante y dijo a los demás que no se metieran con él. Marchense, dijo el gato, quiero hablar a solas con mi amigo.

¿Qué haces aquí?, le preguntó el gato.

¡He venido a llevarte de nuevo a casa!¡Allí eramos felices!, dijo el caracol. Escapar de lo que pasó no te servirá de nada. No puedes estar huyendo eternamente del dolor por la pérdida de hurón. Lo hemos perdido pero aun nos tenemos a nosotros. Si cada uno hacemos nuestra vida por separado será más difícil superarlo.

Caracol le convenció y volvieron a casa.

Por el camino, casi llegando a la granja vieron en el cielo unas nubes en forma de hurón, o al menos así les pareció a ellos.

Mira, dijo el caracol, es hurón que te da la bienvenida a casa.

Se quedaron en la granja y juntos vivieron hasta que se hicieron viejos.

El escarabajo trompetista


Verdi, el pequeño escarabajo, vivía cerca del huerto de Doña gallina.

Siempre estaba solo. Paseaba por el huerto vestido con un chaleco gris y un sombrero negro.

Su casita estaba hecha de cáscara de nuez y al lado de un fuerte abeto que le protegía del viento y la lluvia.

Al salir los primeros rayos del sol, abría la ventana y ensayaba con su trompeta.

¡Si, era trompetista!.

¡Tararí, tarará, tararí¡.

Todas las mañanas, entonaba su canción.

Él quería mucho a su trompeta dorada, ¡se la había regalado un viejo búho que vivía en el bosque!.

Llevaba años practicando y realmente era maravilloso oírle tocar.

Sus amigos soportaban sus ensayos con mucha paciencia.

Poco a poco la trompeta parecía estar viva, pues sus notas sonaban cada vez mejor. ¡Bailaban en el aire!. ¡Que ritmo!.

Las notas subían hasta las nubes y jugaban con ellas.

Sus amigos: la gallina, el saltamontes y el viejo búho, le animaban para que se presentara a un concurso de trompeta que había en el bosque.

Su música llegó a conocerse en otros bosques cercanos.

Todos los animalitos venían a oírle tocar.

Llegó el día del concurso, todos sus amigos se pusieron sus mejores ropas. ¡Que guapos estaban!.

Algunos animales eran un poco envidiosos y desconfiados. No creían que Verdi fuera tan buen músico. ¿Cómo va a ser buen músico un escarabajo?, decían.

¡Es un poco feo y no vive en una casa elegante!, comentaban otros.

Pero cambiaron de opinión enseguida al oírle tocar.

Eran tan hermosas sus melodías que todo el mundo escuchaba con atención.

El concurso fue un gran éxito y todos aplaudieron entusiasmados.

Verdi, se hizo muy famoso, pero siguió viviendo en su casita de cáscara de nuez y divirtiéndose con sus amigos.

El ciempiés bailarín


Jimmy el ciempiés, vivía cerca de un hormiguero.
Su gran afición era bailar.

Tenía unas patitas ágiles como las plumas.

Le encantaba subirse encima del hormiguero y empezar a taconear.

Jimmy cantaba: ¡Ya está aquí, el mejor, el más grande bailador!.

Era muy molesto oír tantos pies, retumbando y retumbando sobre el techo del hormiguero.

Las hormigas asustadas salían para ver lo que ocurría.

El ciempiés seguía cantando: ¡Ya está aquí, el mejor, el más grande bailador!.

¡Otra vez Jimmy, decía la hormiga jefe, no podemos trabajar, ni dormir!. ¡No puedes irte a otro sitio a bailar!.

La hormiga jefe ordenó a su tropa de hormigas que llevaran a Jimmy a otro lugar.

¡Ya me voy!, dijo Jimmy.

Jimmy se acercó a la casa del señor topo.

Se puso al lado de la topera y vuelta a taconear.

Seguía con su canción: ¡Ya está aquí, el mejor, el más grande bailador!.

El señor topo, enfadado, salió y le dijo: ¡Jimmy, estoy ciego pero no sordo!

¿No puedes ir a otro sitio a bailar?.

Jimmy estaba un poco triste, porque en todas partes molestaba.

Cogió sus maletas y se marchó de allí.

Empezó a caminar y caminar, hasta que estaba tan cansado que no tuvo más remedio que descansar.

Se quedó dormido bajo un árbol.

Cuando despertó al día siguiente, estaba en un campo lleno de flores.

¡Este será mi nuevo hogar! : dijo el ciempiés.

Tanto se entusiasmo Jimmy, que no se dio cuenta que un gran cuervo estaba justo encima de él, en el árbol.

Jimmy se puso a taconear con tanta alegría que llamó la atención del cuervo.

El cuervo inclinó el cuello y vió a Jimmy taconeando. ¡Pobre Jimmy!.

El pájaro se lanzó sobre él, con gran rapidez.

Abrió su bocaza y cogió al ciempiés.

El ciempiés gritaba: ¡Socorro, socorro!.

Un cazador, que andaba por allí, observo, al cuervo volando.

No le gustaban mucho los cuervos, pues él creía que le daban mala suerte.

Hizo un disparo al aire para asustarlo.

El cuervo soltó al ciempiés.

Al caer, el ciempiés se dio un gran batacazo. Esto le sirvió de lección.

Aprendió a ser más responsable y fijarse bien dónde se ponía a bailar.

Buscó un lugar seguro y allí danzaba y bailaba. No molestaba a nadie ni a él, le molestaban.

Así fue como el ciempiés empezó a ser respetado por todos.

El castillo de los olores


En una casita del bosque, vivía un matrimonio, con tres hijos.
La mayor de ellos, era una niña caprichosa y egoísta, que sólo pensaba en ella. Nunca compartía sus juguetes, ni siquiera sus deseos y sueños.

Un día, de repente enfermó.

Nadie sabía qué le ocurría.Vinieron varios doctores y hasta un anciano muy sabio para ver si encontraban la causa de su mal. Pero todo fue inútil. No sabían cómo curarla.

Sus hermanos lloraban sin consuelo. ¡Tenían que encontrar un remedio!.

Un día un leñador viejecito que pasaba por la casita, vió a los niños llorando y les preguntó: ¿Por qué lloráis?.

Los niños, le contaron lo sucedido.

El leñador escuchó atentamente y después de unos minutos dijo:

La enfermedad que tiene tu hermana no es del cuerpo, es una enfermedad del alma.

Los niños se quedaron sorprendidos, pues no comprendían lo que quería decirles el anciano leñador.¿Qué significa eso de enfermedad del alma?.

El leñador respondió:

Tu hermana se ha vuelto tan egoísta y tan caprichosa, que nadie quiere jugar ni hablar con ella. Tus padres soportan sus malos modales, porque es su hija, pero les gustaría que fuera mejor. Ella no se da cuenta, del daño que hace. Pero ahora, el daño también se lo está haciendo a ella, porque ve que los demás la rechazan y no se siente agusto consigo misma.Por eso, empezó a comer mal, a no dormir hasta que enfermó.

¿Tú tienes una solución para eso, preguntaron los niños al leñador?.

Si, pero no sólo se curará con eso, podremos ayudarla pero ella tiene que dejarse ayudar.

¡Lo intentaremos!, dijeron los niños.

El castillo de los olores tiene la solución. Es un castillo que guarda los aromas más bellos que en el mundo existen. Cada aroma representa alguna cualidad buena de las personas: la bondad, el amor, la generosidad y la humildad.Debéis ir allí. Necesito que me traigáis en cuatro tarros de cristal, los cuatro aromas. Yo los mezclaré y salvaremos a tu hermana. Pero hay un problema, ella debe ir con ustedes. Por eso les decía antes que solo funcionará, si ella quiere curarse. Convencieron a su hermana, le fabricaron una camilla y la llevaron con ellos.

Después de largos días de camino, llegaron al castillo.

El castillo, estaba rodeado de árboles, pero no daba un aspecto misterioso, sino tranquilo y apacible.

Llegaron hasta el puente levadizo, que estaba abierto, cómo si alguien les esperara.

Entraron en la gran sala y descubrieron cuatro puertas.

¡Aquí debe ser, comentaron los niños!. ¡Vamos a explorar la primera puerta!.

Al pasar, un extraño aroma les recibió. De repente vieron un pequeño pajarillo tendido en el suelo con un ala rota.

¡Pobrecillo, dijeron los niños!.

La niña, le miró y aunque se encontraba muy mal, le dio tanta pena que dijo a sus hermanos: ¡Dejad que yo lo coja!.

Al tocarlo, un vientecillo sopló y llenó uno de los tarros de cristal que llevaban los pequeños.

Pasaron a otra puerta, pero la abrieron con tanta fuerza, que al entrar dejaron caer un gran escudo que colgaba de la pared.

El escudo se cayó, encima del pié de uno de los niños y le hizo daño.

El otro hermano intentó ayudarle pero pesaba demasiado.

La niña se levantó como pudo de la camilla e intentó de nuevo quitar el escudo de encima de la pierna de su hermano.

Con todo cariño lo levantó y sacaron la pierna herida.

La niña rompió su lindo vestido y le vendó, para que pudiera andar.

Otro de los frascos se llenó.

Ya sólo quedaban dos.

Al llegar a la tercera puerta, comenzaron a sentir hambre, pues llevaban ya mucho tiempo allí.

Sólo tenían para comer dos trozos de pan.

La niña pidió uno para ella, y el otro repartido para sus dos hermanos. Pero al ver, la carita del pequeño, que no tenía suficiente con el trocito que le había tocado, le dio un trozo del suyo.

Vieron como el tercer frasco también se llenaba.

Entusiasmados, llegaron a la cuarta puerta.

Colgado de la pared había un gran tapiz, pero no era un tapiz cualquiera. El dibujo que tenía representaba a un caballero que maltrataba sus siervos y en otro lado el mismo caballero vencido y humillado por ellos.

La niña lo miró, en un principio no lo entendió, pero al observarlo durante un buen rato, comprendió el significado y se echó a llorar.

¡Ya lo entiendo, exclamó!. ¡Yo soy como el caballero, los he herido sin querer, no he disfrutado de nuestros juegos, ni de nuestros sentimientos, ni del amor de mis padres!. ¡Sólo he pensado egoístamente en mí, por eso, ahora me encuentro tan triste!.

El cuarto frasco se llenó y los niños regresaron a casa.

Cuando ya estaban cerca de la casita, de repente, la niña se levantó de la camilla y empezó a caminar sola.Al llegar a su casa, el anciano leñador, estaba esperándoles.

Sus padres sorprendidos de ver a la niña, lloraron de emoción.

El leñador le dijo a la niña:

Espero que esto te haya servido de lección. Ya estás curada.

A partir de entonces, la niña cambió y su corazón volvió a reír.

Se prometió a sí misma que disfrutaría de la vida, de las pequeñas cosas de cada día y del amor que le daban los suyos.

El búho con lentes


Asomaba la cabecita, desde su casita en el tronco del árbol., un búho con una carita muy divertida.

Trabajaba durante la noche dando las horas como si fuera un reloj para que los animalitos del bosque supieran que hora era en cada momento.

Su gran ilusión era salir de su casa durante el día, pero sus ojitos no veían bien y tenía que conformarse con salir de noche y abrir sus grandes ojazos que brillaban en la oscuridad.

Siempre me dicen que soy afortunado por tener esos ojos tan grandotes, decía el búho.

Pero no saben, añadía, que aunque son tan llamativos, no veo las cosas tan claras y lindas como la gente las ve.

Salía durante la mañana pero a pocos metros se caía, y siempre decía:

¡Otro tropezón, otro tropezón, pero no me importa, sólo quiero ver el sol!.

Muy preocupado llamó a su amiga la ardilla Felisa, que vivía en un árbol cerca del suyo.

¡Felisa, Felisa, ven un momentito por favor!.

¡Tengo un problema y como tu tienes fama de lista, tal vez puedas echarme una mano!.

¿Qué te ocurre búho?, preguntó la ardilla Felisa.

Tengo que salir de día, quiero ver los animalitos que juegan durante la mañana y ver el lindo color del cielo cuando se pone el sol.

Quiero ver corretear a los conejos, y pegar brincos a los saltamontes y también como dan saltitos los pequeños pajarillos de mi árbol.

¡Tengo la solución, dijo la ardilla!

-¡Iremos al conejo oculista y te pondrá unas gafas especiales para ver durante el día!.

El búho estaba muy guapo con sus nuevas gafas, y así se cumplió su sueño, paseaba y paseaba y tanto salía durante el día, que al llegar la noche se quedaba dormido y sus amigos le decían:

¡Búho, no te duermas, que tienes que dar las horas!.

Después de muchos días se dio cuenta de que debía utilizar su tiempo mejor y decidió dormir algunas horas durante el día, así cumplía su deseo y por las noches no se dormía durante su trabajo.

El camaleón y el arco iris


Comienza así nuestra historia: Un camaleón orgulloso, que se burlaba de los demás por no cambiar de color como él. Pasaba el día diciendo: ¡Que bello soy!.¡No hay ningún animal que vista tan señorial!.Todos admiraban sus colores, pero no su mal humor y su vanidad.Un día, paseaba por el campo, cuando de repente, comenzó a llover.La lluvia, dio paso al sol y éste a su vez al arco iris.El camaleón alzó la vista y se quedó sorprendido al verlo, pero envidioso dijo: ¡No es tan bello como yo!.¿No sabes admirar la belleza del arco iris?: Dijo un pequeño pajarillo que estaba en la rama de un árbol cercano.Si no sabes valorarlo, continuó, es difícil que conozcas las verdades que te enseña la naturaleza.¡Si quieres, yo puedo ayudarte a conocer algunas!.¡Está bien!: dijo el camaleón.Los colores del arco iris te enseñan a vivir, te muestran los sentimientos.El camaleón le contestó: ¡Mis colores sirven para camuflarme del peligro, no necesito sentimientos para sobrevivir!.El pajarillo le dijo: ¡Si no tratas de descubrirlos, nunca sabrás lo que puedes sentir a través de ellos!.Además puedes compartirlos con los demás como hace el arco iris con su belleza.El pajarillo y el camaleón se tumbaron en el prado.Los colores del arco iris se posaron sobre los dos, haciéndoles cosquillas en sus cuerpecitos.El primero en acercarse fue el color rojo, subió por sus pies y de repente estaban rodeados de manzanos, de rosas rojas y anocheceres.El color rojo desapareció y en su lugar llegó el amarillo revoloteando por encima de sus cabezas. Estaban sonrientes, alegres, bailaban y olían el aroma de los claveles y las orquideas.El amarillo dio paso al verde que se metió dentro de sus pensamientos.El camaleón empezó a pensar en su futuro, sus ilusiones, sus sueños y recordaba los amigos perdidos.Al verde siguió el azul oscuro, el camaleón sintió dentro la profundidad del mar, peces, delfines y corales le rodeaban.Daban vueltas y vueltas y los pececillos jugaban con ellos.Salieron a la superficie y contemplaron las estrellas. Había un baile en el cielo y las estrellas se habían puesto sus mejores galas.El camaleón estaba entusiasmado.La fiesta terminó y apareció el color azul claro. Comenzaron a sentir una agradable sensación de paz y bienestar.Flotaban entre nubes y miraban el cielo.Una nube dejó caer sus gotas de lluvia y se mojaron, pero estaban contentos de sentir el frescor del agua.Se miraron a los ojos y sonrieron.El color naranja se había colocado justo delante de ellos.Por primera vez, el camaleón sentía que compartía algo y comprendió la amistad que le ofrecía el pajarillo.Todo se iluminó de color naranja.Aparecieron árboles frutales y una gran alfombra de flores.Cuando estaban más relajados, apareció el color añil, y de los ojos del camaleón cayeron unas lagrimitas. Estaba arrepentido de haber sido tan orgulloso y de no valorar aquello que era realmente hermoso.Pidió perdón al pajarillo y a los demás animales y desde aquel día se volvió mas humilde.

Doña Coneja y Colorín

Mamá coneja, recogía las zanahorias del huerto y las echaba en su cestita. Camino a casa se encontró con Colorín que era un pajarito de brillantes colores. -¡Buenos días Colorín!-, dijo Doña Coneja.
¡Si, si buenos días!. Colorín dió un traspiés y se lanzó sobre la cestita de la coneja y se le quedó una zanahoria pegada en la nariz, parecía como si de repente se hubiera convertido en un pájaro-zanahoria.
Ja, ja, ja, rió Doña Coneja. -¡Qué raro estás!-. Pero colorín se enfadó un poco porque pensaba que se estaba riendo de él.
Doña coneja le explicó que no pretendía burlarse de él sino que era muy divertido verlo con esa nariz tan grande que se le había puesto.
Colorín se miró y remiró y la verdad que a él también le hacia gracia verse así. Se miraron los dos y volvieron a reir.
Colorín ayudó a Doña Coneja a recoger zanahorias después de librarse de la que tenía en el pico.
La acompañó hasta su madriguera y luego se fué.
Al caer la tarde colorín salió a dar un paseo por el bosque pues la tarde era muy agradable y no hacía frío.
De repente vió que algo se movía en los matorrales y se oían unos gemidos extraños.
-¡Me acercaré a ver!, se dijo.
Vió dos enormes orejas sobresaliendo de la maleza, y le resultaron conocidas, en efecto eran de Doña Coneja, que había resbalado y se había caído en una pequeña poza que había cerca de un riachuelo. Tenía cubierta la cara con un espesa masa y parecía una estatua de barro. Su lindo cuerpecito blanco estaba ahora cubierto por una pastosa capa de lodo.
Colorín, empezó a reir sin parar. Jajaja, exclamó. ¡Pues yo no le veo la gracia!, dijo la coneja. ¡Estás muy divertida!, respondió colorín.
¡No me estoy burlando de ti, no te enfades, me rio porque estás graciosa!.
¡No, no y no, se que te burlas de mi, no eres un buen amigo!, contestó Doña Coneja.
Esta mañana me dijiste que no me enfadara y yo lo entendí y no me enfadé. Ahora tú debes hacer lo mismo.
Colorín continuó diciendo: Si haces bromas o te ríes con los demás, también debes saber reirte de tus propias gracias.
Doña Coneja después de quedarse un rato pensativa, se dio cuenta de que colorín tenía razón, hay que saber disfrutar de las bromas graciosas de los demás y nuestras propias bromas pero siempre cuando se hacen con buen corazón y no las bromas pesadas que pueden hacernos daño.

Bombillita y sombrerete


Ricardo tiene una casa en la colina. En esa casa hay un misterioso trastero. Lleno de muebles viejos, retratos, percheros, revistas y ropa usada. En una caja marrón estaba guardado un sombrero de copa, que de vez en cuando, se asomaba para ver si podía salir de la caja. Se llamaba Sombrerete. Cuando no había nadie en la casa, los muebles del ropero salían a jugar. Los muebles decían al ver aparecer a sombrerete fuera de su caja. ¡El gran caballero Sombrerete!. ¡El más elegante del ropero!. El trastero, no tenía ventanas, era un lugar oscuro. Una pequeña bombilla iluminaba la habitación. Se llamaba bombillita y era muy risueña y coqueta. Se pasaba todo el día, luciendo de aquí para allá. Siempre siendo la protagonista. Cuanto más la miraban más luz daba. Se hizo muy amiga de Sombrerete. El pobre sombrero, estaba enamorado de bombillita, pero nunca se lo dijo. Se consideraba muy poquita cosa para ella. El sombrero pensaba: ¡Nunca se fijará en mí!. Un día hacía mucho frío, los muebles se pusieron a jugar como siempre, -¡Querían entrar en calor!. - ¡Estaban helados¡ A Bombillita se le ocurrió una idea: -¡Ya sé, los iluminaré con toda mi fuerza y los calentaré!. Todos le dieron las gracias. ¡Espero que funcione, dijo ella riendo!. ¡Brillaba y brillaba!. ¡Y tanto brilló, que explotó!. ¡Pobre bombillita, era tan linda!. Ricardo bajó al trastero y al intentar encender la luz, se dio cuenta que la bombilla estaba hecha mil pedazos. Cogió una nueva y la puso. También era hermosa, pero todos se acordaban mucho de bombillita. Cuando Ricardo se marchó. Todos miraron hacia el cielo y dijeron: ¡Adiós bombillita!. -¡Mucha suerte!. -¡No te olvidaremos!. La puerta del trastero se cerró y todos los muebles se fueron a dormir.

sábado, 20 de junio de 2009

El rey indiferente

Otorrinco era un príncipe que siempre sentía deseos de dormir y comer todo lo que cupiera en su gordota panza. Sus padres siempre le hablaban y aconsejaban sobre el reino, al que un día tendría que llegar y por lo tanto debía cuidar su figura y su aprendizaje. Para Otorrinco esas frases eran tediosas y reiterativas, nada hacía cambiar su conducta y tampoco le interesaba llegar a ser rey.Cuando su maestro se acercaba a impartirle las lecciones diarias, él lo destrataba y se reía del pobre maestro. - Por favor, su Señoría, el rey me matará si usted no aprende.- Deja que te mate y habrás muerto por una causa justa.- No diga eso, Señoría, debe aprender a cuidar de las riquezas del reino.- No me importa el reino, tampoco el pueblo y mucho menos tú, servil maestro.El maestro cerró los libros y algunas lágrimas cayeron de sus ojos. Otorrinco observó aquella escena y se acercó al maestro, lo tomó del brazo y lo sacudió diciéndole en tono cruel y burlón:- Cuando yo sea rey, si es que lo soy, tú serás despedido, insoportable maestro.El maestro bajó la cabeza, reverenció a su majestad y retiró sin decir palabra alguna. La reina Ana, su madre estaba muy preocupada por la conducta de Otorrinco, pero qué podía hacer. Ella nunca gozaba de tiempo necesario para atenderlo, siempre estaba ocupada con las tareas del palacio, papeleos, fundaciones, reuniones y todo lo concerniente a las relaciones públicas del reino. Su marido, el rey Osvaldo, sólo estaba dispuesto a salir de cacería, asistir y realizar suntuosas fiestas, con embajadores y diplomáticos, por lo tanto Otorrinco, siempre debía permanecer con sus empleados, el asistente principal, Ramonciño, el ama de llaves Alicia y todos los demás custodias y guardaespaldas del príncipe.¿ Cómo podía Otorrinco sentir amor por alguien? Eso era imposible, se había convertido en un ser apático y despiadado. Llegaba la primavera en el reino y sus padres habían organizado una fiesta especial con jóvenes de su edad, invitaron a todos los jovencitos que vivían cerca del palacio, había regalos, golosinas, exquisitos manjares y muchas otras cosas. Otorrinco se las ingenió para arruinar aquel bonito festival y desalojar a todos esos andrajosos y sucios niños de la calle, como él solía llamarlos, sólo había reparado en una chica de ojos azules y cabellos negros que lo observó con una sonrisa, pero de todos modos nada le importó, continuó con su plan y no tuvo piedad con nadie.- Esta fiesta acabó – dijo el padre y suspendió todo muy disgustado con su heredero. De inmediato lo llamó a su despacho y quiso hacerlo reflexionar sobre lo ocurrido.- ¿Qué pasa, padre, acaso hice algo malo?- Siempre lo haces Oto, siempre te perdono, pero esta vez serás castigado muy duramente, lo que has hecho es imperdonable.- Pero padre.- Sin peros, si sigues así, nunca serás rey.- ¿Acaso yo tengo la culpa de que los niños de la calle, estén sucios y harapientos? En todo caso tú debes ser el responsable de ellos.- ¡Cállate! ¡Vete a tu habitación y no salgas de allí por unos cuantos días!Otorrinco no sabía leer, ni escribir, todo era un juego, colmar sus deseos y buscar algún pasatiempo que consistiera en molestar a alguien. Ramonciño, debía encargarse de alimentar y cuidar del príncipe, mientras estuviera castigado. Golpeó la puerta y entró, al entrar, Otorrinco hincó una flecha en su pierna izquierda.
¡Vete de aquí, malvado! No quiero verte, no te necesito, te odio.Ramonciño corrió despavorido hacia los corredores del palacio dejando una huella de sangre por el camino, mientras lloraba y bendecía a su amado príncipe. El rey que pasaba por allí le preguntó:- ¿Qué te ocurre, muchacho?- Nada, Su Majestad, me caí y golpeé mi pierna contra el marco de la habitación.- Ve a que te curen y luego cuida de mi hijo, mi reina y yo saldremos un tiempo de viaje por otros reinos, tenemos negocios previstos y también encontrar alguna bella princesa para casar a nuestro terrible Otorrinco y consolidar y acrecentar el reino. Ah y no olvides, que mientras estemos de viaje, Su Majestad, el príncipe, cumplirá mis funciones, luego de cumplir su castigo, claro. - Sí Su Majestad, así lo haré, cuidaré de vuestro hijo y lo defenderé con mi propia vida si es necesario.- Perfecto, veo que has entendido.Otorrinco había escuchado detrás de la puerta y no salía de su asombro por la inesperada contestación de Ramonciño.- ¿Por qué habría hecho eso? ¿Por qué me defiende? Yo soy cruel y lo destrozaría en mil pedazos.Luego de su extraña experiencia con su criado, Otorrinco se tiró en la cama y se durmió placidamente. Ramonciño, después de curar su pierna, se dirigió a la habitación del príncipe y al ver que dormía, se retiró, no sin antes cubrir su cuerpo con las mantas de pieles y sedas. El criado que no había descansado durante todo el día, se dirigió a su habitación, allí su madre, una de las cocineras del palacio, lo abrazó y besó un montón de veces.- Hijo mío, cómo me gustaría que no trabajaras tanto.- Pero madre, yo no me quejo, tú sí que trabajas y trabajas y todavía te queda tiempo para mimarme un poco – dijo el muchacho – mientras abrazaba a su madre. – Te contaré algo. . . - ¡Cuenta, cuenta, mi amor!- ¿Sabes madre? El príncipe está muy solo y se ha vuelto malo y cruel, no quiere a nadie. - Mira Ramonciño, cuando no tienes amor aquí, mira – dijo la madre – mientras colocaba su mano derecha sobre el corazón del Ramonciño, la vida se vuelve cruel y dolorosa. Sus padres no lo atienden, el quiere muchas veces oír alguna palabra de cariño y sin embargo, sólo escucha reglas y disciplinas, así es un poco la educación de los futuros reyes. Pero ahora hijo, debes descansar, mañana será otro día de trabajo.Ramonciño, cerró los ojos y pensó:- ¡Qué duro es ser rey!, prefiero ser un criado y tener a mi madre muy cerca. Las horas fueron pasando y la mañana llegó vestida de primavera, los céspedes que rodeaban el palacio, estaban más verdes que nunca, pero el príncipe seguía en su cama dorada, su habitación estaba colmada de juegos, vestidos y trajes con galones dorados y muchos, muchos zapatos y botas.En las calles, los campesinos se fueron agolpando a las puertas del palacio, exigiendo alimento y abrigo para sus hijos. Al escuchar aquellos lamentos y gritos, el indiferente príncipe, se incorporó y miró por la ventana. . . Eran demasiado, el pueblo entero rodeaba el palacio, clamaban justicia, algunos traían palos y guadañas y esta vez querían que el rey los atendiera.Otorrinco, corrió despavorido, sentía miedo, jamás había visto algo así – nos matarán – pensó.Sus padres no estaban y por lo tanto, él debía encargarse de atenderlos. Uno de ellos traía un papel y pretendió entrar al palacio para pedirle al rey que lo firmara. Pero los guardias se opusieron. Otorrinco, avisó a sus criados que recibieran ese papel y se lo entregaran inmediatamente, pero cuando lo tuvo en sus manos, se desesperó, no sabía leer y esto era grave y urgente. Caminó y caminó por los corredores del palacio y decidió ir en busca de su espada, una espada que su abuelo, el rey Felipe, le había legado con el fin de usarla en alguna situación desesperada.- Con esta espada, nadie se atreverá a atacarme. Cortaré sus gargantas si es preciso – dijo mientras Ramonciño temblaba de miedo.- Mi Señor, baja tu espada, son sólo campesinos que necesitan tu ayuda, no pretenden matarte.- ¡Qué sabes tú, ignorante criado! En el papel dice que van a matarme, por lo tanto debo impedirlo.- Señor, el papel sólo tiene un pedido de ayuda, nada más.
- ¿Cómo lo sabes? Perdón, Su Señoría, acabo de leerlo.Otorrinco, moría de vergüenza por lo sucedido, pero aún así, armó a su ejército y con su espada brillante y gloriosa, ordenó que abrieran las puertas del palacio, disponiéndose a atacar a los pobres campesinos hambrientos.- Su Señoría lo matarán por eso, espere, yo les hablaré. ¡Cálmese!- Tengo un ejército entero, ¿acaso no ves que soy fuerte y mi espada atravesará el corazón de muchos?. – dijo Otorrinco – quien montó su bello caballo negro, elevó su espada al cielo, la besó y se detuvo frente a su pueblo.Los campesinos cayeron de rodillas ante él, gritando:- ¡Viva el rey! ¡Viva! ¡Larga vida al rey!Otorrinco no salía de su asombro – yo vine a luchar – dijo - y sólo encuentro sumisión, ¿qué pretenden de mí?Uno de ellos se acercó humildemente y le dijo:- Queremos ser escuchados y tú Majestad, nos has abierto las puertas, tú sí que quieres a tu pueblo y en ese caso, te defenderemos con nuestra vida si es necesario.- Pero yo. . . - Estamos seguros que tú sabrás dar trabajo digno a tus fieles, y serás el rey generoso que hemos esperado durante mucho tiempo.- Pero yo. . . Tú, Majestad, guarda en tu corazón el amor que sentimos por vuestra figura.- Pero yo. . . Los pueblerinos, alabaron al príncipe y le juraron su lealtad. Al ver semejante cosa, Otorrinco sintió en su pecho una fuerte caricia y levantando su espada, juró:- Os prometo, pueblo mío, que jamás permitiré que os esclavicen, ni tampoco os obliguen a caminar detrás del rey, desde hoy vosotros y yo seremos una sola nación. Defenderé con mi espada a todos y a cada uno de ustedes, mi pueblo.Los campesinos, vibraron de algarabía y levantaron sus palos y guadañas en vivas permanentes. Luego se retiraron a sus casas, satisfechos de aquel encuentro.Otorrinco, bajó de su caballo y algo cansado se retiró a sus aposentos. Se tiró en su cama de oro y observando el techo, pensó:- ¡Dios mío! ¿Cómo ha podido mi padre, tener tanto oro, mientras su pueblo moría de hambre? ¿Cómo pude no ver lo que sucedía?Ramonciño, golpeó tímidamente la habitación del indiferente príncipe, ahora convertido en rey, allí junto a la ventana, permanecía en silencio con el rostro preocupado y algo ansioso.- Ramonciño, entra, entra. Quiero que quites esta cama, no me la merezco.- Pero Su Señoría. . . - Sin peros, es una orden, también recoge mis juegos que son demasiados y repártelos a mi pueblo, derrite el oro de mi cama y todo lo que encuentres de este metal y abriga y alimenta a todos los campesinos.- Su Señoría, me parece muy bueno todo eso, ¿Pero y el rey qué dirá cuando lo sepa?- Ya nada importa, amigo mío, mi padres no calentaron mi corazón como mi pueblo lo hizo y ahora yo soy el rey. . .
La reina y el rey, volvieron al palacio con una hermosa princesa cubierta de oro y brillantes, vestida de sedas y terciopelos, de cabellos muy rubios y rizados, dignos de una verdadera princesa. Se hacía indispensable para el rey, casar a su indiferente hijo con una bella princesa y legarle el trono. Muy lejos estaba de conocer los cambios que se habían producido en el palacio. . . Ottorrinco había solicitado a Ramonciño que cambiara los muebles de su habitación y allí en lo más sencillo de su dormitorio, se asomó por la ventana y observó el camino a cuyos costados crecían flores de muchos colores, detuvo su mirada en ellos y recordó con cariño aquellos ojos azules y la tierna sonrisa de la joven que él mismo despiadadamente había arrojado junto con los demás. Algo sintió en su corazón y decidió buscarla.- Ramonciño, baja al pueblo y busca entre todas las jóvenes a una de cabellos rizados y negros, tiene ojos azules, cara de ángel y una sonrisa en sus labios.- Pero cómo encontrarla Su Majestad, hay muchas jóvenes en el pueblo.- Sólo búscala y no vuelvas hasta encontrarla.- Sí Su Majestad, haré todo lo que pueda.- Ramonciño, tomó su caballo y comenzó a recorrer los campos de los campesinos, mirando por todos los rincones para ver si podía encontrar a la joven. Anduvo día y noche por los alrededores del palacio y sus campos, nada consiguió, ya habían transcurrido tres días y la joven seguía sin aparecer.Una mañana, ya cansado de andar se tiró sobre el pasto y miró al cielo desconcertado, no podía volver sin ella, de pronto escuchó risas de jóvenes que jugaban en la verde pradera y se incorporó rápidamente. . - Puede ser alguna de ellas, debo llegar hasta allí – pensó.Al ver al joven con su recio caballo, dejaron el juego y lo observaron con miedo y asombro.- No os asustéis, vengo de parte del rey Ottorrinco, busco a una joven de cabellos rizados y negros, con ojos azules, mirada de ángel y una sonrisa en sus labios.- Es ella – dijeron todas al unísono, seguro que es ella y señalaron a una joven de espaldas que recogía flores en su delantal.- Tú, muchacha, mírame.La joven volteó el rostro y lo observó sonriente, Ramonciño comprendió que era la misma persona que debía encontrar, dio las gracias a las demás jóvenes y bajó de su caballo. Se arrodilló frente a ella y le besó la mano, mientras le solicitaba acompañarlo al palacio, pues el rey solicitaba su presencia inmediata.La joven se sintió algo incómoda por la noticia, pero si el rey mandaba debía obedecer. Enrolló en su delantal las flores recogidas y con ayuda de Ramonciño, partieron rumbo al palacio.Sin mediar palabra llegaron, Ramonciño descendió del caballo y luego ayudó a bajar a la jovencita, cuyas mejillas se sonrojaron de vergüenza. Caminaron ambos por los grandes pasillos del palacio hasta llegar a la presencia del rey.Al verla llegar, Ottorrinco se levantó de su silla real y fue hacia ella, la tomó de la mano y le dijo:- Tú hermoso rostro llegó a traspasar mi corazón y desearía que fueras mi esposa y reina de este palacio.- Pero Su Majestad, apenas soy una campesina, nuestras vidas son bastante diferentes, siempre pensé que los príncipes sólo se casaban con princesas bellas y ricas.- Tú eres bella y rica, basta mirar a tus ojos y saber que podrías, si es que tú lo deseas, ser por siempre mi reina.- Mis padres deben saberlo, nada puedo decidir yo misma, Su Majestad.- Si lo deseas, yo iré a pedir tu mano, hablaré con tus padres y vendrás a vivir al palacio hasta nuestra boda.
Los ojos de la joven se iluminaron y corrieron lágrimas por sus mejillas.- ¿Por qué lloras, acaso no te gustaría ser reina, mi señora?- Creo Su Majestad que es demasiado para una pobre campesina como yo.- Te dije que no eres pobre y basta ya de tantos titubeos, mañana temprano iré a visitar a tus padres y pediré tu mano, ahora Ramonciño, te llevará hasta tu casa.- Dejadme Señor obsequiarte estas flores frescas que recogí en el campo, es demasiado poco para Su Majestad, pero es todo lo que poseo.- ¿Sabes una cosa? Tus flores son magníficas, yo nunca tuve alguien que me obsequiara flores, gracias y perdonad señora, mi desprecio aquel día de fiesta.- Nada debo perdonar, Su majestad, vuestro corazón es grande y valiente.El rey besó su mano y la joven se marchó.La mañana se colmó de sol y alegría, mientras Ottorrinco montaba airoso su caballo y bajaba al pueblo a pedir la mano de la hermosa joven, sus padres iban llegando al palacio con la elegante y bella princesa que formaría parte del reino, lejos estaban de pensar lo que su hijo tramaba. Descendieron del hermoso carruaje tirado por seis caballos blancos y adornados con galones dorados. Nadie salió a recibir a los reyes, había un silencio profundo.El rey indignado golpeó con su bastón el piso y llamó a los criados.- ¿Acaso no veis que los reyes han llegado?- Es que el rey aún no llega, Su Majestad.- ¿Qué decís?- El rey Ottorrinco, Su majestad, ha ido a pedir la mano de la que será su esposa._ No puedo admitir semejante atropello. El rey único y poderoso soy yo, vosotros lo sabeis.- Cálmate querido – dijo la reina – debe ser una equivocación.Por el polvoriento camino el caballo de Ottorrinco cabalgaba con todas sus fuerzas hasta llegar a la humilde vivienda de los campesinos.Inés, la madre de la joven que horneaba pan, se asomó por la ventana ante el barullo de los campesinos y allí pudo distinguir al gallardo rey Ottorrinco descendiendo de su caballo y dirigirse hacia su puerta.Inés y Leoncio se sorprendieron por la presencia en su hunilde vivienda de aquel rey magnífico y grandioso ¿qué lo traería hacia aquí?Abrieron presurosos la puerta y temblando de miedo, cayeron de rodillas ante él.- Levantaros, por favor, he venido humildemente a solicitar la mano de vuestra hija, la joven de cabellos rizados y negros, ojos azules, mirada de ángel y una sonrisa en sus labios, cuyo nombre aún no conozco.- Su nombre es Candela, es la hija más buena y dedicada que padres puedan tener. Su majestad nos honra mucho con semejante pedido, pero nuestra hija no pertenece a la nobleza y quizá vuestra Majestad habéis equivocado el camino.- Callaos ya, es un mandato, vuestra hija será la reina de este pueblo y la más querida por todos, os lo prometo, también vosotros pasaréis a vivir en el palacio, puesto que seréis los padres de mi esposa y reina, ahora os lo suplico, dadme la oportunidad de hacer de vuestra hija la mujer más feliz del universo.- Pero Su Majestad. . . - Sin peros. . . ¿Aceptáis, verdad?- Si nuestra hija lo desea también, que así sea Su majestad.Ottorrinco se arrodilló a los pies de aquellos campesinos asombrados por el insólito pedido del rey, beso la mano de Inés y saludó con una reverencia a Leoncio y con cara de felicidad se retiró, montó su airoso caballo y corrió al palacio.Al llegar, los guardias lo esperaban ansiosos para comentarle la llegada del rey padre, la reina y la joven princesa bella, rubia y cargada de finas joyas. Ottorrinco corrió a su encuentro, se arrodilló ante ellos y exclamó:- ¡Por fin, padres míos, soy el rey más feliz del mundo!- ¿ Pero si aún no te he coronado?- Me coronó y ovacionó nuestro pueblo entero y eso es lo que vale. Padres míos, os adoro, pero ahora yo soy el rey y voy a casarme con la mujer más hermosa y tierna que existe en el mundo entero. En cuanto a la princesa que habéis traído - Ottorrinco hizo una formal reverencia a la bella joven - para casarme con ella, devolvedla a vuestros padres y decidles que Ottorrinco no desea princesas adornadas en oro, que admira solamente aquella mujer que sepa calentar su corazón, vista de oro su alma y que sea adorada y respetada por su pueblo por su grandiosa sencillez.Dichas estas palabras el Rey comprendió entonces que había cometido muchos errores con su hijo, creyó que era un muchacho insensible y arrogante, haragán, perezoso e indiferente, pero no era así, jamás le tendió su mano para llevarlo consigo a sus cacerías, tampoco encontró tiempo para jugar con él. Miró a su esposa que también mostraba un rostro preocupado, se colocó frente a su hijo y le dijo:- Hijo mío, mi rey ¿Acaso eres capaz de perdonarme?- Nada debo perdonar padre mío, también yo he sido culpable porno haber insistido para que me escucharas.- Ante tus palabras, me siento conmovido, orgulloso, regresaré al reino de Gioconda, la princesa que traía para ti y pediré las disculpas del caso ante sus padres. Con gesto arrogante e indiferente, la princesa bajó rápidamente las escalinatas del palacio y con la ayuda del cochero, esperó algo indignada, la vuelta a su palacio.- A mi regreso yo mismo colocaré tu corona y desde ya te declaro mi auténtico sucesor, el trono te pertenece y espero que todo el pueblo sepa perdonar mis graves errores.- Gracias padre, te prometo que haré de este pueblo el más próspero y feliz. Ottorrinco se arrodilló ante sus padres, levantó su espada en alto y juró fidelidad a sus padres, y a su pueblo, mientras miles de personas lo aclamaban enardecidos.Las campanas redoblaron y redoblaron anunciando al verdadero y joven rey.

martes, 16 de junio de 2009

El loro pelado


Había una vez una bandada de loros que vivía en el monte.De mañana temprano iban a comer choclos a la chacra, y de tarde comían naranjas. Hacían gran barullo con sus gritos, y tenían siempre un loro de centinela en los árboles más altos, para ver si venía alguien. Los loros son tan dañinos como la langosta, porque abren los choclos para picotearlos, los cuales, después se pudren con la Lluvia. Y como al mismo tiempo los loros son ricos para comerlos guisados, los peones los cazaban a tiros.Un día un hombre bajó de un tiro a un loro centinela, el que cayó herido y peleó un buen rato antes de dejarse agarrar. El peón lo Llevó a la casa, para los hijos del patrón; los chicos lo curaron porque no tenía más que un ala rota. El loro se curó muy bien, y se amansó completamente. Se Llamaba Pedrito. Aprendió a dar la pata; le gustaba estar en el hombro de las personas y les hacía cosquillas en la oreja. Vivía suelto, y pasaba casi todo el día en los naranjos y eucaliptos del jardín. Le gustaba también burlarse de las gallinas. A las cuatro o cinco de la tarde, que era la hora en que tomaban el té en la casa, el loro entraba también en el comedor, y se subía por el mantel, a comer pan mojado en leche. Tenía locura por el té con leche.Tanto se daba Pedrito con los chicos, y tantas cosas le decían las criaturas, que el loro aprendió a hablar. Decía: "¡Buen día, lorito! "¡Rica la papa!" "¡Papa para Pedrito!..." Decía otras cosas más que no se pueden decir, porque los loros, como los chicos, aprenden con gran facilidad malas palabras.Cuando Llovía, Pedrito se encrespaba y se contaba a sí mismo una porción de cosas, muy bajito. Cuando el tiempo se componía, volaba entonces gritando como un loco. Era, como se ve, un loro bien feliz, que además de ser libre, como lo desean todos los pájaros, tenía también, como las personas ricas, su five o clock tea. Ahora bien: en medio de esta felicidad, sucedió que una tarde de lluvia salió por fin el sol después de cinco días de temporal, y Pedrito se puso a volar gritando:—¡Qué lindo día, lorito!... ¡Rica, papa!... ¡La pata, Pedrito!... y volaba lejos, hasta que vio debajo de él, muy abajo, el río Paraná, que parecía una lejana y ancha cinta blanca. Y siguió, siguió volando, hasta que se asentó por fin en un árbol a descansar. Y he aquí que de pronto vio brillar en el suelo, a través de las ramas, dos luces verdes, como enormes bichos de luz.—¿Qué será? —se dijo el loro— ¡Rica, papa!... ¿Qué será eso?... ¡Buen día, Pedrito!... El loro hablaba siempre así, como todos los loros, mezclando las palabras sin ton ni son, y a veces costaba entenderlo. Y como era muy curioso, fue bajando de rama en rama, hasta acercarse. Entonces vio que aquellas dos luces verdes eran los ojos de un tigre que estaba agachado, mirándolo fijamente. Pero Pedrito estaba tan contento con el lindo día, que no tuvo ningún miedo. —¡Buen día, tigre! —le dijo— ¡La pata, Pedrito!... Y el tigre, con esa voz terriblemente ronca que tiene, le respondió: —¡Bu-en día! —¡Buen día, tigre! —repitió el loro—. ¡Rica, papa!... ¡rica, papa!... ¡rica papa!... Y decía tantas veces "¡rica papa!" porque ya eran las cuatro de la tarde, y tenía muchas ganas de tomar té con leche. El loro se había olvidado de que los bichos del monte no toman té con leche, y por esto lo convidó al tigre. —¡Rico té con leche! —le dijo—. ¡Buen día, Pedrito!... ¿Quieres tomar té con leche conmigo, amigo tigre? Pero el tigre se puso furioso porque creyó que el loro se reía de él, y además, como tenía a su vez hambre, se quiso comer al pájaro hablador. Así que le contestó: —¡Bue-no! ¡Acérca-te un po-co que soy sor-do! El tigre no era sordo; lo que quería era que Pedrito se acercara mucho para agarrarlo de un zarpazo. Pero el loro no pensaba sino en el gusto que tendrían en la casa cuando él se presentara a tomar té con leche con aquel magnífico amigo. Y voló hasta otra rama más cerca del suelo.—¡Rica, papa, en casa! —repitió gritando cuanto podía. —¡Más cer-ca! ¡No oi-go! —respondió el tigre con su voz ronca. El loro se acercó un poco más y dijo:—¡Rico, té con leche! —¡Más cer-ca toda-vía! —repitió el tigre. El pobre loro se acercó aún más, y en ese momento el tigre dio un terrible salto, tan alto como una casa, y alcanzó con la punta de las uñas a Pedrito. No alcanzó a matarlo, pero le arrancó todas las plumas del lomo y la cola entera. No le quedó una sola pluma en la cola.—¡Tomá!—rugió el tigre—. Andá a tomar té con leche... El loro, gritando de dolor y de miedo, se fue volando, pero no podía volar bien, porque le faltaba la cola, que es como el timón de los pájaros. Volaba cayéndose en el aire de un lado para otro, y todos los pájaros que lo encontraban se alejaban asustados de aquel bicho raro.Por fin pudo llegar a la casa, y lo primero que hizo fue mirarse en el espejo de la cocinera. ¡Pobre, Pedrito! Era el pájaro más raro y más feo que puede darse, todo pelado, todo rabón y temblando de frío. ¿Cómo iba a presentarse en el comedor con esa figura? Voló entonces hasta el hueco que había en el tronco de un eucalipto y que era como una cueva, y se escondió en el fondo, tiritando de frío y de vergüenza.Pero entretanto, en el comedor todos extrañaban su ausencia:—¿Dónde estará Pedrito? —decían. Y llamaban—: ¡Pedrito! ¡Rica, papa, Pedrito! ¡Té con leche, Pedrito!Pero Pedrito no se movía de su cueva, ni respondía nada, mudo y quieto. Lo buscaron por todas partes, pero el loro no apareció. Todos creyeron entonces que Pedrito había muerto, y los chicos se echaron a Llorar. Todas las tardes, a la hora del té, se acordaban siempre del loro, y recordaban también cuánto le gustaba comer pan mojado en té con leche. ¡Pobre, Pedrito! Nunca más lo verían porque había muerto. Pero Pedrito no había muerto, sino que continuaba en su cueva sin dejarse ver por nadie, porque sentía mucha vergüenza de verse pelado como un ratón. De noche bajaba a comer y subía en seguida. De madrugada descendía de nuevo, muy ligero, iba a mirarse en el espejo de la cocinera, siempre muy triste porque las plumas tardaban mucho en crecer. Hasta que por fin un día, o una tarde, la familia sentada a la mesa a la hora del té vio entrar a Pedrito muy tranquilo, balanceándose como si nada hubiera pasado. Todos se querían morir, morir de gusto cuando lo vieron bien vivo y con lindísimas plumas.—¡Pedrito, lorito! —le decían—. ¡Qué te pasó, Pedrito! ¡Qué plumas brillantes que tiene el lorito!Pero no sabían que eran plumas nuevas, y Pedrito, muy serio, no decía tampoco una palabra. No hacia sino comer pan mojado en té con leche. Pero lo que es hablar, ni una sola palabra. Por eso, el dueño de casa se sorprendió mucho cuando a la mañana siguiente el loro fue volando a pararse en su hombro, charlando como un loco. En dos minutos le contó lo que le había pasado; un paseo al Paraguay, su encuentro con el tigre, y lo demás; y concluía cada cuento, cantando:—¡Ni una pluma en la cola de Pedrito! ¡Ni una pluma! ¡Ni una pluma! Y lo invitó a ir a cazar al tigre entre los dos.El dueño de casa, que precisamente iba en ese momento a comprar una piel de tigre que le hacía falta para la estufa, quedó muy contento de poderla tener gratis. Y volviendo a entrar en la casa para tomar la escopeta, emprendió junto con Pedrito el viaje al Paraguay. Convinieron en que cuando Pedrito viera al tigre, lo distraería charlando, para que el hombre pudiera acercarse despacito con la escopeta. Y así pasó. El loro, sentado en una rama del árbol, charlaba y charlaba, mirando al mismo tiempo a todos lados, para ver si veía al tigre. Y por fin sintió un ruido de ramas partidas, y vio de repente debajo del árbol dos luces verdes fijas en él: eran los ojos del tigre. Entonces el loro se puso a gritar:—¡Lindo día!... ¡Rica, papa!... ¡Rico té con leche!... ¿Querés té con leche?... El tigre enojadísimo al reconocer a aquel loro pelado que él creía haber muerto, y que tenía otra vez lindísimas plumas, juró que esta vez no se le escaparía, y de sus ojos brotaron dos rayos de ira cuando respondió con su voz ronca:—Acer-cá-te más! ¡Soy sor-do! El loro voló a otra rama más próxima, siempre charlando:—¡Rico, pan con leche!... ¡ESTÁ AL PIE DE ESTE ÁRBOL!... Al oír estas últimas palabras, el tigre lanzó un rugido y se levantó de un salto.—¿Con quién estás hablando? —rugió—. ¿A quién le has dicho que estoy al pie de este árbol?—¡A nadie, a nadie! —gritó el loro—. ¡Buen día, Pedrito!... ¡La pata, lorito!...Y seguía charlando y saltando de rama en rama, y acercándose. Pero él había dicho: está al pie de este árbol, para avisarle al hombre, que se iba arrimando bien agachado y con escopeta al hombro. Y Llegó un momento en que el loro no pudo acercarse más, porque si no, caía en la boca del tigre, y entonces gritó: —¡Rica, papa!... ¡ATENCIÓN! —¡Más cer-ca aún!—rugió el tigre, agachándose para saltar. —¡Rico, té con leche!... ¡CUIDADO, VA A SALTAR! y el tigre saltó, en efecto. Dio un enorme salto, que el loro evitó lanzándose al mismo tiempo como una flecha en el aire. Pero también en ese mismo instante el hombre, que tenia el cañón de la escopeta recostado contra un tronco para hacer bien la puntería, apretó el gatillo, y nueve balines del tamaño de un garbanzo cada uno entraron como un rayo en el corazón del tigre, que lanzando un rugido que hizo temblar el monte entero, cayó muerto. Pero el loro, !Qué gritos de alegría daba! ¡Estaba loco de contento, porque se había vengado —¡y bien vengado!— del feísimo animal que le había sacado las plumas! El hombre estaba también muy contento, porque matar a un tigre es cosa difícil, y, además, tenía la piel para la estufa del comedor.Cuando Llegaron a la casa, todos supieron por qué Pedrito había estado tanto tiempo oculto en el hueco del árbol, y todos lo felicitaron por la hazaña que había hecho. Vivieron en adelante muy contentos. Pero el loro no se olvidaba de lo que le había hecho el tigre, y todas las tardes, cuando entraba en el comedor para tomar el té se acercaba siempre a la piel del tigre, tendida delante de la estufa, y lo invitaba a tomar té con leche.—¡Rica, papa!... —le decía—. ¿Querés té con leche?... ¡La papa para el tigre!...Y todos se morían de risa. Y Pedrito también.

lunes, 15 de junio de 2009

Pinchudo, un puercoespín solitario


Pinchudo era un puercoespín muy bonito, sus púas o espinas eran de tres colores: blanco, amarillo y marrón. Era muy tranquilo, dormía de día y se mantenía despierto toda la noche. Como sus hábitos no eran los de los demás animalitos del bosque, no tenía amigos. Además, Pinchudo, como buen puercoespín, era un animal muy solitario.

Al resto de los animalitos del bosque, por un lado les daba pena verlo tan solito, por el otro, tenían miedo de acercarse a él.
– A mi me gustaría acercarme, pero cuando él duerme yo estoy despierta y al revés – Decía una ardillita.
– ¡Eso es que no ponés voluntad mi hijita. Por una noche que pases sin dormir no te va a pasar nada! – Contestó la lechuza.
– Ay que viva qué sos ¡Vos porque tampoco dormís! ¿Por qué no le das charla entonces?
– ¿Estás loca? ¿A ver si me pincha un ojo y me lo agujerea?
– ¿Entonces que me pinche a mi verdad? Se enojó la ardilla.
Lo cierto era que nadie se acercaba a Pinchudo, pero él tampoco buscaba hacerse ningún amigo. El disfrutaba de su soledad, estaba acostumbrado y no le parecía mal. De vez en cuando, sólo de vez en cuando, sentía una pequeña necesidad de compartir algo con alguien.
Por otro lado, los demás animalitos del bosque no entendían realmente el comportamiento de Pinchudo. Si bien ellos no se le acercaban por temor a ser pinchados, se daban cuenta que el puercoespín tampoco les prestaba atención.
– Algo hay que hacer- Dijo la lechuza, cansada de ver solito a Pinchudo. Como ella pasaba gran parte del tiempo con sus ojos abiertos, era la que más conocía los movimientos del puercoespín- Amigos hay que buscar la manera de acercarse a este pobre animal.

– ¿Qué pobre, ni pobre? Contestó una culebra – El tampoco nos da ni la hora y nosotros no nos sentimos mal por eso.
– La soledad no siempre es buena – dijo la lechuza, quien estaba decidida a lograr que Pinchudo tuviese amigos – Es verdad, no sabemos si él quiere ser nuestro amigo, pero nada cuesta con averiguarlo.
La lechuza era por demás insistente. Cuando se le ponía algo en la cabeza, no había quien se lo quitara.
Ideó un plan para sacar a Pinchudo de su soledad. Todos los animalitos del bosque se turnarían para permanecer despiertos una noche cada uno y poder así acercase a Pinchudo.
El primer turno fue de la ardilla, quien a pesar de sus múltiples intentos de entablar conversación con el puercoespín, no tuvo éxito. Le contó dos cuentos, le ofreció unas cuántas nueces, pero aún así Pinchudo no mostró ningún interés.
La noche siguiente fue el turno de la culebra, quien tampoco logró gran cosa. Como cantaba muy lindo, le cantó dos canciones. Esto sorprendió mucho a Pinchudo, ya que no es común que una culebra cante, pero tampoco entabló conversación.
Así pasaron varios animales y todos con el mismo resultado. Decepcionados, los animalitos creyeron que habían perdido la batalla por sacar Pinchudo de su soledad.
– ¡No está muerta quien pelea! Gritó la lechuza insistente- Hoy es mi turno y no me daré por vencida.
La pobre lechuza se la pasó chistando toda la noche, como Pinchudo parecía no escuchar, se acercó a él y lo miró fijamente más o menos por tres horitas, pero nada logró. Llegó la mañana y la pobre estaba exhausta.
– No hay caso amigos – dijo muy triste – no hay nada que hacer a este bicho le gusta demasiado la soledad, qué lástima, ser pierde tantas cosas lindas….
– Allá él entonces – dijo la ardilla mientras comía las nueces que el puercoespín no había aceptado.
Sin embargo, el esfuerzo de estos animalitos no había sino inútil como ellos pensaban.
Esa noche, ningún habitante del bosque se turnó para sacar de su soledad a Pinchudo y por primera vez el puercoespín notó que algo le faltaba.

Cierto era que nunca había necesitado demasiado la compañía de nadie, pero también lo era que a partir de las visitas de todos los animalitos Pinchudo conoció otra realidad.
En su momento no supo apreciar las nueces, ni los cuentos, tampoco las canciones de la culebra ni los ojos mirones de la lechuza, pero ahora que volvía a estar solito se sintió diferente.
Su soledad nunca le había molestado pues así están acostumbrados a vivir todos los puercos espines, pero debía reconocer que un poco de compañía venía muy bien, aunque más no fuera de vez en cuando.
Decidido a entablar amistad con sus compañeros, se acercó a ellos. Al verlo llegar, todos se sorprendieron. La mayoría retrocedió unos cuantos pasos por temor a ser pinchados, la lechuza abrió los ojos de tal manera que parecían estar ya fuera de su cabeza y a la ardilla se le cayeron las nueces de la boca.
Pinchudo les pidió disculpas y les explicó que realmente no estaba acostumbrado a necesitar compañía, pero que reconocía que, ahora que nadie se acercaba a él por la noche, había aprendido lo que era la verdadera soledad. Les dijo que hasta ese momento no le había molestado estar solo. Pues nunca había sabido lo que era tener un amigo, pero que ya no tenía ganas de seguir viviendo de la misma manera.
Por su parte, los animalitos también pensaron en todas las veces que, por miedo a pincharse, no se habían acercado al puercoespín.
La soledad puede tener distintos motivos: miedo, vergüenza o muchas otras cosas. Puede disfrutarse a veces o puede hacer sufrir. Es importante aprender que hay quienes prefieren vivir más en soledad, pero eso no justifica dejar solo a alguien. Siempre, en algún momento de la vida de todos, la compañía y el afecto son necesarios.
Así lo entendieron los animalitos del bosque y Pinchudo también. A partir de ese día, aunque no todos los días, alguien acompañaba al puercoespín durante la noche. Pinchudo había aprendido lo hermoso que es tener compañía, pero a su vez, seguía necesitando su espacio de soledad. Los animalitos por su parte, habían aprendido -en primera instancia- que no es bueno alejarse de alguien por temor y que está bien respetar que quienes tenemos a nuestro lado, a veces prefieran estar solo.
Por eso, sólo algunas noches se escuchaban canciones cantadas a dúo por una culebra y un puercoespín, algunas otras un cuento contado por una ardilla a un atento Pinchudo que masticaba ricas nueces. Y, aunque esto no pasaba todas las noches, todos estaban contentos, ya nadie se temía, nadie estaba solito y todos respetaban las necesidades de los demás.