martes, 7 de julio de 2009

El conejito ingenioso

Periquín tenía su linda casita junto al camino.
Periquín era un conejito de blanco peluche, a quien le gustaba salir a tomar el sol junto al pozo que había muy cerca de su casita. Solía sentarse sobre el brocal del pozo y allí estiraba las orejitas, lleno de satisfacción. ¡Qué bien se vivía en aquel rinconcito, donde nadie venía a perturbar la paz que disfrutaba Periquín!
Pero un día apareció el Lobo ladrón, que venía derecho al pozo.
Nuestro conejito se puso a temblar. Luego, se le ocurrió echar a correr y encerrarse en la casita antes de que llegara el enemigo: pero no tenía tiempo! Era necesario inventar algún ardid para engañar al ladrón, pues, de lo contrario, lo pasaría mal. Periquín sabía que el Lobo, si no encontraba dinero que quitar a sus víctimas, castigaba a éstas dándoles una gran paliza.
Ya para entonces llegaba a su lado el Lobo ladrón y le apuntaba con su espantable trabuco, ordenándole:
- Ponga las manos arriba señor conejo, y suelte ahora mismo la bolsa, si no quiere que le sople en las costillas con un bastón de nudos.
- Ay, qué disgusto tengo, querido Lobo! -se lamentó Periquín, haciendo como que no había oído las amenazas del ladrón- Ay, mi jarrón de plata...!
- ¿De plata...? ¿Qué dices? -inquirió el Lobo.
Sí amigo Lobo, de plata. Un jarrón de plata maciza, que lo menos que vale es un dineral. Me lo dejó en herencia mi abuela, y ya ves! Con mi jarrón era rico; pero ahora soy más pobre que las ratas. Se me ha caído al pozo y no puedo recuperarlo! Ay, infeliz de mí! -suspiraba el conejillo.
- Estás seguro de que es de plata? De plata maciza? -preguntó, lleno de codicia, el ladrón.
- Como que pesaba veinte kilos! afirmó Periquín-. Veinte kilos de plata que están en el fondo del pozo y del que ya no lo podré sacar.
- Pues mi querido amigo -exclamó alegremente el Lobo, que había tomado ya una decisión-, ese hermoso jarrón de plata va a ser para mí.
El Lobo, además de ser ladrón, era muy tonto y empezó a despojarse sus vestidos para estar más libre de movimientos. La ropa, los zapatos, el terrible trabuco, todo quedó depositado sobre el brocal del pozo.
- Voy a buscar el jarrón- le dijo al conejito.
Y metiéndose muy decidido en el cubo que, atado con una cuerda, servía para sacar agua del pozo, se dejó caer por el agujero.
Poco después llegaba hasta el agua, y una voz subió hasta Periquín:
- ¡Conejito, ya he llegado! Vamos a ver dónde está ese tesoro. Te acuerdas hacia qué lado se ha caído?
- Mira por la derecha -respondió Periquín, conteniendo la risa.
- Ya estoy mirando pero no veo nada por aquí ...
- Mira entonces por la izquierda -dijo el conejo, asomando por la boca del pozo y riendo a más y mejor.
- Miro y remiro, pero no le encuentro... ¿De que te ríes? -preguntó amoscado el Lobo
- Me río de ti, ladrón tonto, y de lo difícil que te va a ser salir de ahí. Éste será el castigo de tu codicia y maldad, ya que has de saber que no hay ningún jarrón de plata, ni siquiera de hojalata. Querías robarme; pero el robado vas a ser tú, porque me llevo tu ropa y el trabuco con el que atemorizabas a todos. Viniste por lana, pero has resultado trasquilado.
Y, de esta suerte, el conejito ingenioso dejó castigado al Lobo ladrón, por su codicia y maldad.

El ciervo engreído

Èrase una vez... un ciervo muy engreído. Cuando se detuvo para beber en un arroyuele, se contemplaba en el espejo de sus aguas. "¡Qué hermoso soy!", se decía, ¡No hay nadie en el bosque con unos cuernos tan bellos!" Como todos los ciervos, tenía las piernas largas y ligeras, pero él solía decir que preferiría romperse una pierna antes de privarse de un solo vástago de su magnífica cornamenta. ¡Pobre ciervo, cuán equivocado estaba! Un día, mientras pastaba tranquilamente unos brotes tiernos, escuchó un disparo en la lejanía y ladrídos de perros...! ¡Sus enemigos! Sintió temor al saber que los perros son enemigos acérrimos de los ciervos, y dificilmente podría escapar de su persecución si habían olfateado ya su olor. ¡Tenía que escapar de inmediato y aprisa! De repente, sus cuernos se engancharon en una de las ramas más bajas. Intentó soltarse sacudiendo la cabeza, pero sus cuernos fueron aprisionados firmemente en la rama. Los perros estaban ahora muy cerca. Antes de que llegara su fin, el ciervo aún tuvo tiempo de pensar: "¡Que error cometí al pensar que mis cuernos eran lo más hermoso de mi fisico, cuando en realidad lo más preciado era mis piernas que me hubiesen salvado, no mi cornamenta que me traicionó"

El burro descontento

Érase que se era un día de invierno muy crudo. En el campo nevaba copiosamente, y dentro de una casa de labor, en su establo, había un Burrito que miraba a través del cristal de la ventana. Junto a él tenía el pesebre cubierto de paja seca.
- ¡Paja seca! - se decía el Burrito, despreciándola-. ¡Vaya una cosa que me pone mi amo! ¡Ay, cuándo se acabará el invierno y llegará la primavera, para poder comer hierba fresca y jugosa de la que crece por todas partes, en prado y junto al camino!
Así suspirando el Burrito de nuestro cuento, fue llegando la primavera, y con la ansiada estación creció hermosa hierba verde en gran abundancia.
El Burrito se puso muy contento; pero, sin embargo, le duró muy poco tiempo esta alegría.
El campesino segó la hierba y luego la cargó a lomos del Burrito y la llevó a casa. Y luego volvió y la cargó nuevamente. Y otra vez. Y otra.
De manera que al Burrito ya no le agradaba la primavera, a pesar de lo alegre que era y de su hierva verde.
- Ay, cuándo llegará el verano, para no tener que cargar tanta hierba del prado!
Vino el verano; mas no por hacer mucho calor mejoró la suerte del animal. Porque su amo le sacaba al campo y le cargaba con mieses y con todos los productos cosechados en sus huertos.
El Burrito descontento sudaba la gota gorda, porque tenía que trabajar bajo los ardores del Sol.
- Ay, qué ganas tengo de que llegue el otoño! Así dejaré de cargar haces de paja, y tampoco tendré que llevar sacos de trigo al molino para que allí hagan harina.
Así se lamentaba el descontento, y ésta era la única esperanza que le quedaba, porque ni en primavera ni en verano habia mejorado su situación.
Pasó el tiempo... Llegó el otoño.
Pero, qué ocurrió?
El criado sacaba del establo al Burrito cada día y le ponía la albarda.
- Arre, arre! En la huerta nos están esperando muchos cestos de fruta para llevar a la bodega.
El Burrito iba y venía de casa a la huerta y de la huerta a la casa, y en tanto que caminaba en silencio, reflexionaba que no había mejorado su condición con el cambio de estaciones.
El Burrito se veía cargado con manzanas, con patatas, con mil suministros para la casa.
Aquella tarde le habían cargado con un gran acopio de leña, y el animal, caminando hacia la casa, iba razonando a su manera:
- Si nada me gustó la primavera, menos aún me agrado el verano, y el otoño tampoco me parece cosa buena, Oh, que ganas tengo de que llegue el invierno! Ya sé que entonces no tendré la jugosa hierba que con tanto afán deseaba. Pero, al menos, podré descasar cuanto me apetezca. Bienvenido sea el invierno! Tendré en el pesebre solamente paja seca, pero la comeré con el mayor contento. Y cuando por fin, llegó el invierno, el Burrito fue muy feliz.
Vivía descansado en su cómodo establo, y, acordándose de las anteriores penalidades, comía con buena gana la paja que le ponían en el pesebre.
Ya no tenía las ambiciones que entristecieron su vida anterior. Ahora contemplaba desde su caliente establo el caer de los copos de nieve, y al Burrito descontento (que ya no lo era) se le ocurrió este pensamiento, que todos nosotros debemos recordar siempre, y así iremos caminando satisfechos por los senderos de la vida:
Contentarnos con nuestra suerte es el secreto de la felicidad.

lunes, 6 de julio de 2009

Amigos estelares

Me contaron, que había una vez una estrella donde vivían seres gordos y simpáticos. Eran buenos y soñaban conocer otros amigos para poderlos visitar.
Así fue que construyeron un aparato muy grande que se parecía bastante a un telescopio súper potente. Pero era mucho más que eso, porque además de ver de lejos, muy lejos, con él podían oír y descifrar los idiomas del universo.
Ellos descubrieron estrellas, planetas. Agujeros negros y cometas…pero en ninguno encontraban habitantes amigables, todos les temían o los rechazaban.
Cierto día uno de ellos, ya desilusionado por no poder encontrar nuevos amigos, comenzó a jugar con el aparato para investigar el espacio.Lo giraba a la derecha, después a la izquierda, lo subía, lo bajaba, tocaba todos los botones pero, no encontraba nada interesante hasta que : “¡ Uyyyyy! ¿Qué es eso?
El pequeñito se sorprendió al ver con sus ojazos luminosos, un planeta con hermosos tonos de colores verdes, marrones y azules, era grandísimo y redondo…Suavemente giraba rodeado de una pequeña esferita blanca, luminosa que la acompañaba.
Todos decidieron probar suerte en ese lugar desconocido; y extendieron lentamente el arco iris de siete colores radiantes y esponjosos, que utilizaban de transporte espacial. “La Tierra”, era el nombre de ese nuevo lugar donde los niños no se imaginaban lo que sucedería ese día tan particular.
¡Qué divertido fue ese esperado viaje en arco iris! Todos iluminaban el cielo con sus miradas tornasoladas, mientras se deslizaban por el mágico tobogán de colores.
Fueron a distintos lugares de esa gran Tierra, algunos al norte, otros al sur, a bosques, a ciudades, a islas y montañas, también fueron a lugares muy fríos y sitios casi tan cálidos como su estrella.
Era tan hermoso este planeta que podían elegir miles de climas y de amigos, tantos como siempre habían soñado.
Los niños del mundo los recibieron contentos y aceptaron cada uno de sus regalos con risas y abrazos, pero ellos también les obsequiaron dibujos, poemas, juegos y canciones.
Cada encuentro era una fiesta y de vez en cuando se aparecían en los sueños de los niños para llevarlos a conocer su estrella tan amada. Les enseñaban a conducir Cometas a llama, dejando estelas de luz en el cielo, con los que pintaban coloridos dibujos en la pizarra mas grande del universo.
También se sorprendieron entre los agujeros negros y la basura espacial, donde pudieron jugar a las escondidas mas divertidas.
Así dicen que pasaron momentos especiales de planeta en planeta, de estrella en estrella y que cada paseo era un sueño que tu puedes soñar.

El misterio del cascabel



La mamá de Lucrecia estaba muy preocupada porque Piluso en una de sus aventuras había perdido el cascabel que llevaba en su collar. Lucrecia intentaba seguir a su gato Piluso para ver adónde había estado pero él se escapaba y no lo podía encontrar.
Entonces se metió en la casita de las muñecas y les preguntó a sus juguetes si alguno tenía una idea para descubrir a Piluso, las muñecas, los ositos y los otros chiches quisieron colaborar pero solo el viejo gato de peluche amarillo le dijo lo que podía haber pasado.
- Lucrecia, yo vi llegar a Piluso muy agitado y golpeado estos días y creo que sé porque.
-¿Porqué? - preguntó la nena.
-Los gatos somos muy paseanderos, nos gusta visitar los techos de las casas del barrio, los jardines y maullar de noche para cortejar a las gatitas bonitas. Pero a veces nos metemos en líos.
Lucrecia al oír atentamente lo que dijo su peluche, se decidió a investigar en que andaba Pilusito. Fue a la pieza de su mamá y sacó un cofre lleno de cosas útiles que guardaba para momentos especiales. Como encontrar el cascabel era algo muy especial comenzó a sacar del cofre : soguitas, tizas, guantes, pegamento, clavos y también llaves, velas, un reloj y una calculadora. Hasta que al fin encontró algo interesante; la crema invisibilizadora que le dieron en la juguetería del barrio. Nunca la había usado pero este era el momento para hacerlo. En un minuto Lucrecia se había pasado la crema desde el pelo hasta la punta de sus zapatillas rojas.
Muy segura se escondió y esperó que su gato saliera a dar una vuelta como todas las tardes y lo siguió.
Piluso siempre corría y se escapaba cuando la veía fuera de la casa pero esta vez parecía no verla ni oírla. Iba apurado por la vereda y no parecía ni acordarse del cascabel que mamá le había puesto en el collar. De repente ¡Pruch! El gato dio un salto y cayó parado sobre el muro de una pequeña casita llena de flores y enredaderas. Lucrecia estaba muy cerca pero tal vez gracias a la crema invisibilizadora él no la veía y caminaba sobre el muro contorneando su cuerpito de acá para allá con mucha elegancia dando de vez en cuando unos largos maullidos estirando su cuello.
Todo parecía mas o menos normal hasta que no sé de dónde aparecieron junto a el gatito muchos otros gatos, mas grandes y sucios que Piluso. Fue horrible; ellos le daban manotazos con sus uñas afiladas y lo querían tirar del muro, Lucrecia ya no podía aguantar mas, cerró los ojitos y deseó con muchas ganas que los gatos callejeros no dañaran a su Pilusito y como por arte de magia ¡Plufff! Todos huyeron rápidamente.
Menos Piluso que seguía allí cansado pero firme como un príncipe, entonces la nena se acercó más y pudo ver que de la casa salía una abuelita con una mantilla rosa que le cubría la espalda y entre sus brazos traía una hermosa gata siamesa, blanca y coqueta. Lucrecia quedó maravillada y mas todavía cuando vio que la gata tenía colgado de su collar el cascabel de Piluso.
En ese instante Lucrecia había descubierto el misterio, lo que pasaba era que su gato se había enamorado y como buen enamorado tenía que regalarle algo a su novia y él le regaló lo mejor que tenía su cascabel y su amor.
Lucrecia volvió a su casa muy contenta y se dio un buen baño porque tenía miedo de que después de tanta aventura su mamá no la viera y no le sirviera la cena.

Fresilinda y el jardín mágico

Había una vez, un hermoso jardín de flores de brillantes colores y plantas de hojas muy raras, todas parecían pintadas.
Pero en el fondo allá muy lejos dónde nadie jamás llegaba, se encontraban las plantas de frutillas todas desparramadas por el suelo y por el aire su dulce aroma.
Este no era un simple matorral de frutas silvestres, era el último refugio de frutillas especiales. Sí, muy especiales y una de ellas más que todas. Se llamaba Fresilinda y era la más traviesa, siempre estaba buscando nuevas aventuras y se metía de lío en lío.
Estas eran las únicas frutas que podían hablar, pensar y hasta salirse de sus plantitas y volver para dormir.
Habían logrado estas virtudes hace muchos años cuando una bella hada perdida de algún cuento se emocionó al ver esas hermosas plantas tan verdes y con sus frutillitas tan rojas y se le ocurrió cambiarles la vida. Así dijo sus palabras mágicas: ¡Peras, uvas y manzanas serán las frutillas las encantadas! ¡Que ningún hombre descubra su reino y seguirán por siempre libres viviendo!, y desapareció entre las nubes.
Desde entonces han vivido como lo hacen las personas, unas trabajan, otras cuidan a las más pequeñas, otras vigilan que todo marche bien y las más chiquitas hacen travesuras como todos los chicos.
Pero hoy te voy a contar lo que le ocurrió a Fresilinda por ser muy distraída. Una mañana de primavera el sol sonreía como siempre y saludaba con sus rayos a todos las plantas que habitaban el Jardín Mágico, así se llamaba este lugar desde la visita de el hada misteriosa.
La graciosa frutilla jugaba con sus amigas debajo de una gran hoja cuando vio pasar una mariposa que volaba orgullosa de aquí para allá, tan linda era que Fresilinda no podía dejar de seguirla y así lo hizo por largo rato solo mirando las alas multicolores de la mariposa.
De repente no la vio mas, se había escabullido entre las margaritas que estaban todas florecidas y muy grandes.
En ese momento la frutillita se dio cuenta que no conocía ese lugar pues tenía prohibido alejarse del Jardín Mágico y sin darse cuenta había caminado por largo rato. Ella lloró un ratito y trató de encontrar el camino de regreso pero todo fue inútil, sola no podría regresar.
-¡Buenas tardes señorita!- le dijo un elegante gusano que vestía corbata, sombrero y guantes mientras la estaba observando-
-Hola- contestó triste la pequeña.
-Yo soy Don Gusano y conozco muy bien este territorio así que si quieres te puedo ayudar a encontrar tu casita.


Fresilinda estaba muy apurada por ir con su mamá así que confió en el apuesto gusano. Comenzaron a caminar, trotar y correr entre los pastos hasta que ¡Pruum, Pruum! chocaron con una enorme montaña de tierra.
-¡No, no es posible! Este es el hormiguero de Hormiganegra la más malhumorada de los alrededores-, dijo Dongusano muy asustado.
De un salto salió del hormiguero una fea hormigota con largas antenas y cara de enojada -¡Quién se atreve a molestar en horario de trabajo! ¿Creen que tengo tiempo para perder? ¡Fuera!
Y sin pensarlo corrieron escapando hasta que esta ves tropezaron con algo muy duro y cayeron sentados.
Fresilinda ya cansada de tanto susto no podía creer lo que veía era un enorme caracol, todo adornado como una casita con una pequeña ventana, flores y chimenea.
-Debe estar abandonado- pensó; pero lentamente salieron de la casita unas antenitas, y después la cabeza de un viejo caracol que amablemente los saludó:
-Buenos días amigos, ¿qué están buscando? Yo soy Gran Caracol-.
Dongusano le contó todo lo sucedido y Grancaracol lo oía con cara de aburrido pero estaba muy atento.
-Bueno, bueno y tú preciosa ¿extrañas a tu familia?- preguntó y Fresilinda con sus ojitos nublados por las lágrimas le dijo que extrañaba mucho a su mamá. No perdamos tiempo y súbete, queda mucho por andar hasta llegar al Jardín Mágico.
Dongusano la ayudó a subirse al techo del caracol y le deseo suerte -¡Hasta pronto y ten cuidado Fresilinda!

Después de un rato de andar Fresilinda le preguntó a Grancaracol: -¿Cómo sabes que vivo en el Jardín Mágico? ¿Acaso lo conoces? -"Por supuesto", dijo sonriente el viejo caracol, hace mucho tiempo cuando yo era un joven caracolito se me ocurrió comer algo nuevo y seguí un aroma dulce que me llevó hasta un hermoso jardín que parecía pintado con miles de rojos adornitos, eran frutillas y no pude resistir las ganas de morder una y ...- ¿Te comiste una frutilla especial?, preguntó Fresilinda muerta de miedo.
-¡No! Al morderla la frutilla gritó como loca y todas las que estaban durmiendo en sus plantitas se abalanzaron sobre mi y me dieron patadas y golpes defendiendo a su amiga y fue tal mi susto que no se como me deslicé tan rápido que parecía un pez en el agua y jamás volví a probar una fruta. Tranquilízate solo quiero ayudarte, nunca pude olvidar el camino a ese dulce jardín. Sin darse cuenta ya habían llegado y su mamá la estaba esperando muy triste, y al verla Fresilinda brincó sobre su madre y le prometió que no volvería a alejarse sola. Mamá frutilla la abrazó muy fuerte y la llenó de besos y besitos y agradeció a Gran Caracol su buen gesto y lo invito a regresar las veces que quisiera al Jardín Mágico y olvidar viejos enojos tomado un té de flores de manzanilla. Y colorín colorado este rico cuento se ha terminado.

Púas el erizo


Púas era un erizo pequeñito, de color marrón, un poco torpe y patosito.

Tenía un hocico negro y unas patitas gordas.

Siempre se metía en líos, por culpa de sus púas pinchosas.

Un día, estaba tejiendo Doña Gatita un jersey muy lindo para su bebé gatito y Púas se acercó a curiosear.

La gata, había comprado en la tienda del pueblo, una gran canasta de madejas de colores y quería hacerle el jersey cuanto antes, para que no pasara frío.

Doña Gatita, le decía a su pequeñín: ¡Que guapo vas a estar!, ¡Eres el gatito más lindo de toda la vecindad!.

Púas, se había escondido detrás del sillón.

Los colores de las madejas, llamaron su atención y al inclinar la cabecita para verlas mejor, se cayó dentro de la canasta.

El erizo, se metió, entre las madejas y no podía salir.

El hilo se había enganchado en sus púas y lo había enredado todo.

¡Ay, Ay, mira lo que has hecho!, dijo la gatita. ¡Ahora que voy a hacer!.

Púas, se sintió muy avergonzado y pidió perdón a la gatita, pero el hilo estaba destrozado y ya no servía para hacer el jersey.

Al llegar a su casa, Púas le contó a su mamá lo que había ocurrido.

Le pidió que ella, hiciera un jersey para gatito.

Su mamá le dijo: ¡No te preocupes Púas, yo lo haré! Pero no tienes que ser tan travieso. ¡Has de tener más cuidado!.

Púas no sabía remediarlo, era tan inquieto, que volvió a meter la pata, bueno mejor dicho las púas.

Vió la madriguera de un conejo y quiso entrar en ella para curiosear.

La Señora Coneja, acababa de tener crías. Estaban todas allí, muy juntitas. Todavía eran demasiado pequeñas para salir.

Púas, consiguió meterse en la madriguera y llegar hasta las crías.

Todo estaba muy oscuro y no podía ver nada.

El erizo iba de un lado para otro, sin darse cuenta que según se movía iba pinchando a las crías.

¡Fuera de aquí!, le dijo Doña Coneja, muy enfadada.

Púas, estaba, triste, el no quería hacer daño, pero siempre le salía todo al revés.

Pensando y pensando, encontró la forma de hacer algo bueno y práctico con sus púas.

¡Ya sé! ¡Limpiaré las alfombrillas de las casitas de los animales!, dijo Púas convencido de que había encontrado la solución, ¡Esta vez, tengo que hacerlo bien y estar preparado para trabajar!. ¡No volveré a equivocarme!.

Comenzó a trabajar, como un verdadero experto.

Se ponía su mascarilla para el polvo, y limpiaba y limpiaba.

Los animales, estaban muy contentos de que por fin, hiciera algo que le gustara y no molestara a los demás.

Se convirtió en un gran limpiador de alfombras y todos estaban muy orgullosos de él.

Púas, había encontrado una razón para ser feliz.

La vaca Nicolasa


Nicolasa es una vaca alegre. No le gusta la lluvia, porque el día que llueve su amo no le deja salir del establo a jugar en el prado.

Su amigo el cerdo Casimiro le hace compañía en sus juegos.

Nicolasa es muy coqueta, y nada mas despertar se peina el rabo y se limpia las patitas y la cara con agua y jabón.

Ha salido el sol, Nicolasa mueve el rabo muy contenta y sale disparada hacia el prado para oler la hierba fresca y tumbarse en ella.

Es una vaca inquieta, no puede estar parada. Hasta cuando la ordeñan está moviéndose.

¡Nicolasita, preciosa no te muevas que vas a derramar la leche! dice su amo.

Se pasea por la granja, moviéndose como si fuera una modelo.

¡Es tan presumida!.

Se baña en la charquita del río y después se mira en sus aguas, para ver lo guapa que está.

Pero la pobre Nicolasa ha dado un tropezón y se ha caído de cabeza en el pequeño río.

No puede salir y empieza a pedir ayuda a sus amigos.

¡Casimiro, Casimiro, ven por favor, que me ahogo!

Casimiro muy preocupado, llamó al caballo Bruno, que se había quedado en el establo.

¡Ven pronto, ven pronto, Bruno, que la vaquita Nicolasa se está ahogando!.

Bruno, corrió con sus ágiles patas, hasta llegar al río.

Con la ayuda de los dos amigos, Nicolasa pudo salir de allí.

¡Me he dado un buen susto, la próxima vez tendré mas cuidado!. decía Nicolasa.

De vuelta en la granja, su amo la vió mojada y dijo:

¡Nicolasa, otra vez has tenido una aventura, mañana seguro que estarás resfriada!.

Al día siguiente, la vaquita estaba resfriada, pero con el cariño y el cuidado de todos sus amigos se curó rápidamente.

sábado, 4 de julio de 2009

La libélula y la hoja de otoño


Era Otoño, lucía el sol con la serenidad que sólo el otoño puede otorgar.

El viento plácidamente empujo fuera de la rama a una hojita de color miel; ella como dejándose llevar cerró los ojos y se fundió con el espacio infinito entre el cielo y la eternidad.

Vencida por la quietud, se adormeció en sus pensamientos cuando de repente, un insecto, invadió su pequeño cuerpo en el aire, se cruzó tímidamente en su camino.

Era una libélula que al ver el estado de felicidad de la hoja, envidiosa quiso compartirlo.

Pero la hoja sin inmutarse le cedió un pequeño rincón para que pudiera acurrucarse.

Fueron instantes de plenitud y sabiduría observando todo aquello que les rodeaba y tenían la suerte de poder disfrutar.

¡Vive el momento le repetía la hoja a la libélula. ¡Siente la paz!

Posaron sus cuerpos sobre un tronco del río y éste les arrastró corriente abajo.

Rugía con fuerza el agua, cada vez, iban más rápido, la hoja comenzó a asustarse y la felicidad se torno en miedo, miedo a los desconocido.

¡No dejes que el miedo te atemorice, pues te anularás y no podrás luchar!, le decía la hoja.

¡Qué sabia eres hoja!.

No, no soy sabía , lo aprendí de la vida. ¡Tú también puedes aprenderlo!.

De pronto un bandazo, una pequeña ola, iban de una orilla a otra, de un salto en otro, todo era confuso. Las dos se abrazaron y confiaron en su buena fortuna. Saldremos de esta, se decían mutuamente.

Cuando una decaía la otra le daba ánimos.

Llegaron a una ladera, con un remanso, el tronco se quedo como anclado en una orilla.

La libélula tomó en sus alas a la hoja y la posó en la pradera.

Se quedó allí con ella todo el otoño, hasta que un buen día al despertar la libélula, no encontró a la hoja.

¡Qué tristeza, le invadió!.

Pero luego recordó lo que ella siempre le decía: Aprovecha el momento, vívelo intensamente y seguro que tu alma alcanzará la paz, si no es en esta vida en algún otro lugar. ¡No tengas miedo, seguro que volveremos a encontrarnos.!.