domingo, 21 de junio de 2009

Doña Coneja y Colorín

Mamá coneja, recogía las zanahorias del huerto y las echaba en su cestita. Camino a casa se encontró con Colorín que era un pajarito de brillantes colores. -¡Buenos días Colorín!-, dijo Doña Coneja.
¡Si, si buenos días!. Colorín dió un traspiés y se lanzó sobre la cestita de la coneja y se le quedó una zanahoria pegada en la nariz, parecía como si de repente se hubiera convertido en un pájaro-zanahoria.
Ja, ja, ja, rió Doña Coneja. -¡Qué raro estás!-. Pero colorín se enfadó un poco porque pensaba que se estaba riendo de él.
Doña coneja le explicó que no pretendía burlarse de él sino que era muy divertido verlo con esa nariz tan grande que se le había puesto.
Colorín se miró y remiró y la verdad que a él también le hacia gracia verse así. Se miraron los dos y volvieron a reir.
Colorín ayudó a Doña Coneja a recoger zanahorias después de librarse de la que tenía en el pico.
La acompañó hasta su madriguera y luego se fué.
Al caer la tarde colorín salió a dar un paseo por el bosque pues la tarde era muy agradable y no hacía frío.
De repente vió que algo se movía en los matorrales y se oían unos gemidos extraños.
-¡Me acercaré a ver!, se dijo.
Vió dos enormes orejas sobresaliendo de la maleza, y le resultaron conocidas, en efecto eran de Doña Coneja, que había resbalado y se había caído en una pequeña poza que había cerca de un riachuelo. Tenía cubierta la cara con un espesa masa y parecía una estatua de barro. Su lindo cuerpecito blanco estaba ahora cubierto por una pastosa capa de lodo.
Colorín, empezó a reir sin parar. Jajaja, exclamó. ¡Pues yo no le veo la gracia!, dijo la coneja. ¡Estás muy divertida!, respondió colorín.
¡No me estoy burlando de ti, no te enfades, me rio porque estás graciosa!.
¡No, no y no, se que te burlas de mi, no eres un buen amigo!, contestó Doña Coneja.
Esta mañana me dijiste que no me enfadara y yo lo entendí y no me enfadé. Ahora tú debes hacer lo mismo.
Colorín continuó diciendo: Si haces bromas o te ríes con los demás, también debes saber reirte de tus propias gracias.
Doña Coneja después de quedarse un rato pensativa, se dio cuenta de que colorín tenía razón, hay que saber disfrutar de las bromas graciosas de los demás y nuestras propias bromas pero siempre cuando se hacen con buen corazón y no las bromas pesadas que pueden hacernos daño.

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